The Fratellis han sido siempre, son y seguramente seguirán siendo un salvoconducto para la felicidad. Ojo: tal propósito supone asumir una responsabilidad grande, y más en circunstancias como las que nos atañen, en las que quizá algunos días precisemos de algún refuerzo extramusical. Disfrutemos de la luna llena y procuremos no sucumbir a la tentación de acabar medio beodos para que las sensaciones resulten más alentadoras, porque nunca existió resaca llevadera. Mejor aplicarnos la medicina de un disco tan radicalmente afable como este, cuyos efectos secundarios, en lo referente al posible incremento en los niveles de glucosa, son más que asumibles.
Half drunk under a full moon no puede considerarse en puridad un disco de sobresaliente, pero sí que sirve, y con creces, para agrandar nuestra deuda moral con Jon Fratelli y sus cofrades. Provienen de Glasgow y –ya lo saben– de allí no paran de brotar, por alguna mágica coalición de fuerzas telúricas, ríos de melodías prodigiosas. El delicioso tema titular se erige en el mejor ejemplo, con su pomposa combinación de cuerdas enfáticas, un estribillo para enmarcar (mención a Johnny Depp incluida) y ese puente eufórico para desgañitarse con un lema reiterado y necesario: “If you hear the music, say yes!”.
El regusto a soul alienta tanto Strangers in the street como ese single canónico que es Need a little love, y otro tanto sucede con los atípicos metales de Six days in June. Tampoco nos quedamos lejos del espíritu sesentero en el pop ultraluminoso (pese al título) de Living in the dark y en la sonrisa que propicia Oh Roxy.
En realidad, solo siembra dudas el episodio de The last songbird, que no solo es pachanguera, sino más bien tontorrona: como una versión masculina y desnortada de ABBA. Hay que practicar una indulgencia de amplio espectro para no pulsar el botón de avance en el reproductor. Pero más allá de ese puntual tropezón, Half drunk… es el disco más feliz, por risueño y por afortunado, con el que podíamos soñar en estos tiempos chungos. Y vuelve a elevar el listón respecto a In your own sweet time (2018), que disfrutamos en su día pero dejaba un poso más bien fugaz.