La resurrección del rock sinfónico como género plenipotenciario es un hecho de unos años a esta parte. Nunca se fue, desde luego, pero sí padeció una larga travesía del desierto: el desdén, el recelo, el puro ostracismo. Hasta que llegó Steven Wilson y lo revolucionó todo. Y The Pineapple Thief, que también han jugado un papel destacadísimo. No debe resultar sencillo afrontar un duodécimo álbum con la cabeza pletórica de ideas, pero los británicos no solo son prolíficos, sino también poliédricos. Porque “Dissolution” es un muestrario de ideas radiante, plural; una eclosión, un estallido para el que entran ganas de apurar las posibilidades del amplificador, aunque los vecinos acaben mostrando su disconformidad a golpetazo limpio en el tabique. Con el batería de King Crimson y ex de Porcupine Tree, Gavin Harrison, por segunda vez a bordo (y es imposible no reparar en su flamante trabajo), el cantante, guitarrista, compositor y jefe de filas Bruce Soord alumbra una obra temática en torno a la alineación de esa tecnología invasiva con la que hemos aceptado convivir. Pero lo más fascinante es la multiplicidad de ángulos: “Not naming any names” sirve como engañoso prólogo angelical de dos minutos, hasta que “Try as I might” y, sobre todo, la extensa y maravillosa “Threatening war” ponen los puntos sobre las íes y la apoteosis encima del giradiscos. En la más pura tradición del género, no hay como acudir a la pieza más larga, “White mist” (11 minutos), para asistir a la verdadera demostración de fuerza de la banda, que es rocosa y descomunal cuando afronta el formato de suite. Pero que nadie les tenga miedo: en el fondo, estos Ladronzuelos, lejos de suceder al Rey Escarlata, podrían resultar tan comerciales como Muse.