The Proclaimers son a estas alturas un valor seguro, un refugio para momentos de turbulencias no tanto financieras como anímicas y sentimentales. No nos tomarán por audaces apostando por ellos, pero nuestras esperanzas sonoras quedan en su casillero a buen recaudo. Y eso que los gemelos Craig y Charlie Reid, que acaban de adquirir la condición de sexagenarios, se erigen en portavoces de la antinostalgia con el tema que abre y da título a su duodécimo elepé, casi un manifiesto político contra ese Reino Unido arquetípico, de paraguas y bombín, anclado en pompas y glorias pasadas, reticente a dejar la perenne vigilancia a su ombligo y propenso a que el relato oficial acaben escribiéndolo –oh, sorpresa– los medios de comunicación más conservadores y derechizados. Menos mal que siempre nos quedan chicos de barrios populares y portuarios, en este caso Leith (Edimburgo), para al menos tocar un poquito las narices.
Son una docena de álbumes, decíamos, y sus buenos 35 años de trayectoria fraternal conjunta, así que nadie esperaría grandes sobresaltos estilísticos a estas alturas del partido. Pero la dupla escocesa acierta esta vez con los dos sencillos seguramente más adictivos, certeros y vigorizantes de la última década, el mencionado Dentures out y The world that was, para abrir la entrega y, de paso, sacudir conciencias adormecidas con un bonito catálogo de párrafos mordaces, como si el paréntesis del covid hubiera agudizado en ellos las ansias por tomar partido. Son agrios y sarcásticos, pero su dominio y clarividencia en el arte de la canción redonda en menos de tres minutos resulta aquí casi insultante. De hecho, les da tiempo a presentarnos 13 piezas en poco más de media hora, otro detalle no menor de esa sabiduría que solo conceden los muchos trienios cotizados. Porque Dentures out se disfruta, y mucho, sin incurrir en el riesgo de las reiteraciones.
La sorna y la mala baba se encapsulan, así pues, con un despliegue de músicas luminosas, directas, propensas al burbujeo. Burlonas, llegado en caso, cuando abordan asuntos tan trascendentales como la sexualidad de Supermán (!) en la adorable News to Nietzsche. Ricas en esas guitarras bulliciosas y palpitantes (Drop dead destiny), algunas por cortesía de James Dean Bradfield (Manic Street Preachers), pero con hueco para los arreglos de cuerda en otros pasajes de corte más lírico y sentimental, en particular Feast your eyes o Sundays by John Calvin.
El recuerdo de viejos éxitos como I’m on my way sobrevuela The recent past, y un ritmo de vals acelerado para Play the man acredita la habilidad de los hermanos para darle a todo. Es imposible no quererlos. O, para ser más precisos, no seguir queriéndolos.