Resultará difícil olvidar el impacto que nos provocó el advenimiento de Tom Odell, cinco atrás. En realidad, no tenemos ninguna necesidad: aún nos regodeamos con el recuerdo. Apareció el rubito en el programa de Jools Holland, se sentó descalzo al piano y comenzó a diseminar “Another love”, una canción tan hermosa, atormentada, sensible y vulnerable que obligaba a desangrarse también a su lado. El de Chichester se revelaba como la mejor alternativa a Chris Martin: más rubio, más joven, quizá hasta más guapo y, sobre todo, dueño de un estilo vocal intenso y una habilidad pasmosa para crear pop de autor a partir del ébano y marfil del piano. Hoy, enfrentados al alumbramiento de su tercer álbum, tenemos una noticia buena y otra no tanto. Escuchando “Jubilee road” parece que Tom, a punto de cumplir 28 años, no encuentra ninguna pieza del calado (emocional y comercial) de aquella carta de presentación. Pero, más allá de comparativas, nos encontramos ante un artista sólido y excepcional, un creador de altos vuelos que no emergió por accidente. Si el primer disco era Coldplay y el segundo, Supertramp, Odell mira esta vez más a Elton John con derivadas góspel. Y sí, es maravilloso que no repita la fórmula y parezca tan sobrado de recetas. Crónica de una ruptura amorosa y del paisanaje cotidiano en su calle del East London, la colección incluye excelentes baladas épicas (ese saxo taciturno para “You’re gonna break my heart tonight”), metales vivarachos (“Son of an only child”), un canónico pero estupendo dúo con voz femenina (“Half as good as you”, con Alice Merton) y hasta algún destello de euforia embalada a lo Arcade Fire, en el caso de “China dolls”. Quizá no escale en las listas de éxitos, pero este disco es gloria.