Monsters podría servir como la banda sonora perfecta para ese debate sobre salud mental que, por fin, parece haberse instalado entre las clases pensantes y los poderes públicos en España. El angelical cantautor de Chichester no es ya el querubín que le cantaba a los desengaños amorosos a sabiendas de que tardaría muy pocos días en afrontar nuevas oportunidades. Su cuarto elepé es una crónica de fantasmas internos, cruda, sincera, visceral y a ratos muy arriesgada, que nace de unas crisis de ansiedad de las que ahora, valientemente, nos hace partícipes a sus miles de oyentes. La pirueta es tan considerable que imaginamos a algún directivo discográfico revolviéndose en su sillón durante la primera escucha de estas 16 canciones, por lo general breves y en un par de casos meros esbozos. El álbum es controvertido, sin duda. Incómodo. Cuestionable, si se quiere. Y, en último extremo, soberbio.
Cuesta reconocer en ese muchacho atónito y desenfocado de portada al rubito guapo al que estábamos acostumbrados. La transformación de Tom parte de la propia fisonomía, mucho menos fotogénica, mucho más frágil y cercana. Ahora ya no nos sirve como imagen de la juventud talentosa y triunfadora, ese cantautor temperamental al piano que empezó pareciendo un alter ego de Chris Martin y acabó en versión muy rejuvenecida de Rick Davies (Supertramp). Aquí se impone la oscuridad, la duda, el quebranto interior. Y un sonido que suple la euforia por la electrónica, las bases inspiradas por el hip hop, un inusitado gusto por el riesgo y el experimento.
Pero Odell sigue siendo un compositor majestuoso. La pasión y el temblor de siempre reaparecen en Lose you again (aunque el inicio tiene un inesperado deje a… ¡Bruce Springsteen!), pero Fighting fire with fire es puro pop electrónico. Hay sorprendentes juegos de citas: la oscura y muy digital Country star parece parafrasear Killing me softly with his song, nada menos, mientras que en la conmovedora By this time tomorrow desemboca en un tarareo de A whiter shade of pale.
Incluso hay concesiones a la guitarra acústica como elemento conductor, en Me and my friends o la maravillosa Tears that never dry. La osadía de ofrecer el tema central, Monster, en dos versiones diferenciadas, una por cada cara del elepé. Y, como colofón, Don’t be afraid of the dark, otra vez con la acústica y con un sonido que parece más propio de una cabaña que de un estudio de grabación. Quizá pierda seguidores Tom Odell, al menos en una primera instancia, con este estriptis emocional de primer orden. Lo que sí gana, sin duda, es nuestra más sincera admiración.