La conmoción desde el momento mismo del estreno. Sucede muy pocas veces; por eso, estas escasas excepciones acaban volviéndose imborrables en nuestra memoria. El recuerdo de aquel año de todos los prodigios y, de repente, la irrupción de un nombre completamente desconocido con una joya debajo del brazoSilent all these years, ante la que solo podía, en efecto, guardarse silencio y certificar nuestras reverencias. Una balada pianística, mayestática, abrumadora, por parte de una pelirroja que llegaba desde tierras muy tradicionales, Carolina del Norte, en las que aún destacaba más su demoledora capacidad de transgresión.

 

Tori representó como nadie la eclosión del pop feminista y corajudo, que a lo largo de la década acabaría concretándose en fenómenos de relevancia ya casi sociológica, como el festival Lilith Fair. Ella elevaba la voz en primera persona para lanzarse cuesta abajo por la vertiginosa pendiente del pop confesional. Así sucedía en muchos cortes de este debut fabuloso, pero en ninguno de manera tan cruda y descarnada como en Me and a gun, para la que desaparecen los instrumentos y nuestra protagonista relata, casi impávida, su episodio de violación a punta de pistola. Pero no todo era dolor o reivindicación en este disco, porque también dejaba un amplio espacio para la vulnerabilidad. Y ahí, ya sí que sí, la receta resultaba irresistible.

 

La melodía bellísima y crepuscular de Winter, con esos arreglos orquestales arropando a un piano que partía de la desnudez. La sublimación de la balada con China, tan parsimoniosa, solemne y sentida. El arrebato más roquero de Precious things. El flirteo con el swing para esa delicia titulada Happy phantom, el largo y turbio desarrollo para la inquietante Mother. Las concesiones al pop adulto con Tear in your hand (que podría provenir de los años de las Bangles) o Crucify. La huella de estos terremotos no tan pequeños ha sido inconmensurable durante años en docenas de mujeres que quisieron encontrar su espejo en la figura de Myra Ellen Amos.

 

Quizá ella representase, en cuanto a influencia, el único caso equiparable al de Kate Bush casi tres décadas después de que la británica debutara con The kick inside. Su discografía desde entonces es muy abultada y nunca irrelevante, pero la sacudida emocional de esta colección iniciática puede que no haya manera de repetirla.

 

 

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