Tori Amos es mujer de perfil muy propenso a la intensidad, el drama, el coraje y la tormenta, pero Ocean to ocean parece apelar al elemento acuático para erigirse en un prodigioso remanso de paz. Y eso que no está la vida para navegar por ningún Mar de la Tranquilidad, pero tal vez por ello la siempre misteriosa sirena de Carolina del Norte ha querido regalarnos su álbum más preciosista y propenso para el sosiego. Y buena cosa es.
Son ya 16 los trabajos de la autora de Silent all these years, emblema del que enseguida celebraremos el trigésimo aniversario, así que la sofisticación dulce y delicada de esta entrega constituye una sorpresa fascinante. Porque nunca su voz había sonado tan cómplice y calurosa, casi siempre en un tono de contención y ternura que nos la aleja esta vez del pathos. Parece que la pandemia y el confinamiento sumieron a Amos en un estado de ansiedad y estupor del que habían nacido una catarata de canciones angustiosas. Cuando las revisó, su autora pensó que el mundo tenía ya suficientes razones para el alma encogida sin necesidad de que ella avivara todavía más la baba. Y repensó la jugada con un giro de 180 grados. Ocean… no es un disco inocente, pero sí balsámico.
La serenidad, de esa manera, se hermana aquí con una interpretación sensacional y un sonido compacto, robusto, vigoroso. Abundan, eso sí, los tiempos medios y alguna que otra balada pianística (marca de la casa), pero el empuje rítmico de Spies, por ejemplo, es tan sensacional como el de una producción tardía para David Bowie. Y el ascendente de Kate Bush se hace más evidente que nunca durante toda la obra, que parece nacida tras la escucha reiterada de las piezas más parsimoniosas de Hounds of dog.
Solo queda la duda de si Ocean to ocean, de tan modélico, no resultará algo escaso de uña, de arañazo. Es discutible, pero nada probable. Sobre todo, porque los arreglos de cuerda de John Philip Shenale (tan grande en lo suyo) revisten de legitimidad toda la obra. Y porque hay un pálpito cinematográfico en este edificio bello y armónico. Tanto como en esa especie de tango final, Birthday baby, que parece pedir a gritos unos títulos de crédito para redondear un largometraje ambicioso en su trazo finísimo.