Fran Healy se nos ha mudado a Los Ángeles, que no parece la ciudad más propicia para un espíritu sensible como el suyo, pero este puñado de nuevas canciones sigue conservando el mismo aroma a Glasgow de siempre. La excepción la constituye L.A. times, el tema titular y epílogo de la colección, donde la banda experimenta con el recitado y ofrece un perfil circunstancial y desconcertante. Pero los otros nueve cortes remiten al art-rock inmaculado, confesional y cálido que ha convertido al cuarteto escocés en uno de los hacedores más fiables de pequeñas grandes canciones durante este último cuarto de siglo. Su colección de títulos clásicos empieza a ser a estas alturas imponente, pero parece sencillo pronosticar, a la altura de esta décima entrega, que Bus o Gaslight se incorporarán al instante al listado de títulos por los que sentir devoción sobre los escenarios.
Healy y sus tres aliados innegociables han hablado de este trabajo como el más íntimo y sentido desde The man who (1999), ese fabuloso segundo elepé que los convirtió al instante en una banda canónica e imprescindible. Pero ello no significa que L.A. times pretenda reproducir el sonido de antaño. Es más, la producción de Tony Hoffer, habitual de Beck, abona pequeños guiños novedosos y modernos, pero el encanto, la ternura y el irresistible gancho melódico del jefe de filas siguen siendo las grandes bazas para que la fórmula vuelva a arrojar estupendos frutos. Y la colección, una especie de guía adulta para cómplices de mediana edad, alterna lo notable y lo adorable. También en los momentos de mayor desnudez, como ese Live it all again en el que una guitarra acústica, el bajo, una frágil voz principal en falsete y una escueta segunda voz se bastan para erizar el vello. O en la no menos deliciosa Naked in New York City, otro prodigio de economía y pulso maestro.
El contrapunto lo ofrece la voz procesada y la producción saturada para Home, una de las mayores sorpresas sonoras del lote, o el aire sardónico de I hope that you spontaneously combust, que cualquiera confundiría al instante con un temazo de Eels. Quizá sea un homenaje consciente, igual que Bus recuerda en sus coordenadas sonoras a Somebody that I used to know, el influyente one hit wonder del belga Gotye. Al final, 10 canciones para poco más de 32 minutos, prueba de que Fran y los suyos han limado cualquier tentación de redundancia. La versión deluxe incluye una lectura más desnuda (“Stripped”) del álbum íntegro, aunque curiosamente las diferencias entre la versión oficial y la desenchufada son más tímidas y menos evidentes de lo que cabría suponer (y desear) de antemano.