Albricias. Hay nuevo disco de Wilco y, esta vez sí, se ajusta a lo que cualquiera esperaría de un acontecimiento de estas características. Después de dos entregas (Star wars y Schmilco) que parecieron más bien amagos, esbozos a medio concluir o, por precisar un poco más, un único álbum estirado hasta convertirse en una doble entrega, Ode to joy constituye para quienes los amamos una de las más genuinas odas a la alegría de este 2019.
El descanso les ha sentado bien a los de Chicago, que vuelven a sonar como una banda mucho más grande que la mera suma de sus partes. Venía Jeff Tweedy de rubricar un estupendo debut en solitario (Warm, 2018, prolongado unos meses más tarde por Warmer), pero acontece algo intangible en ese estudio casero, The Loft, cuando el grupo interactúa. No hay aspavientos instrumentales en este álbum ni canciones de euforia desbocada. No acabaremos tarareando ningún estribillo en la ducha, por más que Ode to joy se presta a la escucha intensiva, incluso compulsiva. No hay juegos de artificio ni alardes vocales de un Tweedy que, muy al contrario, cada vez saca más partido a un timbre arrastrado y rugoso; incluso desaliñado y de afinación difusa en el tema inaugural, Bright leaves, el más experimental y electrónico del lote, como si Lambchop hubieran querido asomar la nariz durante la grabación. Pero hay mucho de redentor en el espíritu de una banda longeva, bien avenida, que impulsa al abrazo y la complicidad incluso en estos tiempos perros.
En Wilco entienden mejor que en ningún otro sitio que la alegría no debe confundirse con la euforia. Por eso One and a half stars anima a quedarse en la cama todo el día con Tweedy murmurando las palabras casi de una en una y la guitarra de Nels Cline economizando notas para alcanzar una expresividad superlativa. Porque lo de Cline, en esta ocasión, serviría para un máster completo de guitarra creativa, un menos-es-mucho-más.
Los dos adelantos, Everyone hides y Love is everywhere (Beware), estaban bien elegidos porque son juguetones, traviesos, encantadores y, nuevamente, muy mesurados en su despliegue instrumental. Pero White wooden cross sirve como nuevo ejemplo de instantáneo encanto acústico y ensoñaciones a lo George Harrison, que no acontecen por vez primera. Y An empty corner cierra la tanda al ralentí, como no queriendo echar al telón sino recordarnos que en Chicago tenemos a unos buenos amigos.