Era ya su cuarto disco, pero la leyenda de Yes no se afianzó y solidificó hasta que este Fragile comenzó a dar vueltas, y de qué manera, por medio mundo. Influyeron varios motivos de peso, y el que la portada fuese obra del a partir de entonces casi innegociable Roger Dean no fue el menor de ellos: los mitos siempre han de encontrar plasmación gráfica. pero resultó sin duda más decisiva la irrupción en el apartado de las teclas de Rick Wakeman, entronizado al instante como uno de los mayores y mejores autores de filigranas sonoras que conocería todo el siglo XX delante de los sintetizadores. Y que, curiosamente, provenía de un entorno mucho más bucólico que el asentado por Jon Anderson y compañía: formaba parte de Strawbs, siempre más propensos al folk que al progresivo, y también se ganaba un jornal a bordo de los aún mucho más pastorales Magna Carta. Pero los aullidos del órgano en la sección central de Roundabout sirvieron para que las masas se postraran al instante a sus pies.
Y acabamos de mencionar, con las mismas, el otro gran motivo de fascinación en este planeta frágil, azulísimo e inagotable que, 53 años más tarde, sigue produciendo un hondo asombro. Nadie imaginaría que una glorieta o rotonda pudiera servir como fuente de inspiración, pero aquellos ocho minutos y medio de Roundabout se erigieron en una de las más indiscutibles piedras rosetas del rock sinfónico. De todos los tiempos y para el resto de nuestros días.
Un disco que se abría así solo podía encontrar acomodo directo en los anales de la historia. Y por eso, más de medio siglo después, esta edición superdeluxe en formato de cuádruple CD, al que añadimos vinilo y blue-ray (con las pertinentes mezclas en 5.1 y Atmos), no solo es una colosal golosina para audiófilos sino un documento histórico y adictivo. Ya, ya sabemos que estos artefactos requieren de una situación financiera saneada, así que nuestra vieja copia de toda la vida puede seguir cumpliendo su misión. Pero quienes dispongan de holgura bancaria y en los anaqueles domésticos se van a encontrar con un pantagruélico menú de sinfonismo delirante, grandioso y sencillamente inmortal. Más aún tras la consabida mezcla de Steven Wilson, el hombre que canoniza todos los grandes momentos del género y logra que un disco como Fragile, apoteósico desde su primer prensado, ahora suene aún más orondo y trascendental de como lo conocíamos.
Las rarezas son escasas en este lote, más allá de ese descarte rarísimo, All fighters past, que suena deslavazado pero a la vez fascinante, pues el aficionado más sagaz encontrará trazas instrumentales que acabarían aflorando tanto en The revealing science of God” (Tales from topographic oceans) como, solo un año más tarde, en Siberian Khatru, de Close to the edge. Roundabout figura en formas varias (también la drástica edición para el single, adelgazada hasta los 3’30”), aunque llama la atención que desde sus primeras formulaciones ya anduviese tan cerca de su plasmación final. Y queda el misterio de The dean, que se cuela en el disco 4 aunque en realidad proviene de Sabyla, un tema de ¡Terry Read!
A diferencia de lo que sucedía con la edición super deluxe de The Yes album (1970), que conocimos el año pasado con una presentación y planteamiento similares a esta, el repertorio rescatado de directos es aquí bastante más sucinto y se limita a 35 minutos de grabación en la neoyorquina Academy of Music, el 19 de febrero de 1972, y solo tres cortes: Long distance runaround/The fish, Perpetual change y Yours is no disgrace. Sin embargo, nos hallamos ante un material sabrosísimo por su aire experimental y libérrimo, mucho menos ceñido a la reproducción de la versión oficial de lo que era habitual en la época. Y si añadimos varias versiones completas, pero alternativas, de Heart of the sunrise o Five per cent for nothing, quedará demostrado el valor abrumador de todo este gozoso empacho.
Ah, para quienes aún no hayan saciado su apetito pueden adentrarse en otra reedición de Yes, la de uno de sus álbumes más absoluta e injustamente minusvalorados, Talk (1994), que contó con una alineación insólita e híbrida de diferentes épocas (Anderson/Squire/Kaye/White… y ¡Trevor Rabin!), pero llegó en uno de los momentos históricos de menor atención hacia el prog rock. La cuádruple caja aporta el álbum original, un segundo disco con versiones alternativas y maquetas y, sobre todo, un soberbio doble elepé en directo también con remite neoyorquino (Candandaigua, 19 de junio de 1994) y un repertorio en el que ese entonces álbum de estreno y los dos discos más comerciales de los años ochenta, 90125 y Big generator, cobran protagonismo entre los grandes clásicos dorados de los setenta. Solo para coleccionistas, sí, pero extremadamente curioso.