El flamenco lleva décadas ya certificando su naturaleza expansiva y dúctil, mal que les pese a los (cada vez menos) ortodoxos recalcitrantes, y trabajos tan fabulosos y disruptivos como este Jolifanto sirven como una espectacular confirmación. Si el jazz fue el primer gran aliado de los cantaores y demás exponentes del género jondo, parece evidente que la música electrónica se ha convertido en el otro gran territorio de expansión, con ejemplos tan marcianos y estimulantes como Niño de Elche o la sensacional confluencia de Rocío Márquez con Bronquio a modo de estiletes. Apresúrense a incorporar a esa nómina esta intersección entre el más que iconoclasta dúo catalán ZA! (Papa Dupau y Spazzfrica Ehd) y ese cantaor de Utrera, Tomás de Perrate, que proviene del flamenco de toda la vida pero lleva años ya saltándose a la torera cualquier atisbo de norma o frontera. Y qué bien que así sea.

 

Es imposible no reparar en la advertencia que formula una pegatina en la portada del vinilo: “Ambas caras terminan en loop“. Ese bucle infinito, que obliga a levantarse y levantar la aguja antes o después, entra en el capítulo de las travesuras y las extravagancias, pero se queda en anécdota si lo comparamos, por ejemplo, con los casi nueve minutos de delirio, quejíos extemporáneos y trance severo que nos brinda Seguirilla MIDI. O con el aire vagamente tropical que adquiere Steve Kahn mientras el sevillano articula sílabas inconexas, trabucadas y enloquecidas.

 

Sugiere la mencionada (y sabrosísima) pegatina de portada un par de definiciones, “paraflamenco” y “post-dadaísmo”, para intentar ponerle nombre a un artefacto tan desmadrado como el que nos ocupa. Quizá sean insuficientes, porque estos tres cuartos de hora largos son un ejercicio de abstracción sonora inabarcable para el lenguaje, pero admitamos que ambos resultan ingeniosos y representativos. Porque la genética flamenca late siempre en la obra, por más que don Tomás la difumine o moldee con la misma osadía que ya mostrara en Tres golpes (2022).

 

¿Más datos? Tengan en cuenta que “Jolifanto” no deja de ser la primera palabra que figuraba en Karanawe (1916), el poema fonético que Hugo Ball quiso presentar en sociedad con un recitado en el Cabaret Voltaire. El juego indisimulado y la provocación también están presentes en la espina dorsal de estos ocho cortes, auténticos manifiestos de polirritmia y enmienda a la totalidad frente al conformismo contemporáneo. Hay más verdad en una tecnosaeta (?) como Tomaseando que en muchos viernes de novedades.

 

 

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