Miradla con atención, disfrutadla sin perder la capacidad para el embeleso, admiraos de su fragilidad orgullosa. Porque, como acotaría el poeta, “que así es la rosa”. La gallega Antía Muíño pone rostro a toda una generación –joven, documentadísima y profundamente emotiva– desde una serena y extraña madurez precoz. Es un pequeño prodigio, una compostelana que parece salida de la nada pero que, sin duda, llega para quedarse. Porque no tiene nada de normal esa expresividad tan intensa y al tiempo tan minimalista, la naturalidad conmovedora con la que brota una voz que siempre opera desde la libertad del ad libitum y con el enorme valor protagónico que le conceden esos revestimientos instrumentales siempre mínimos.

 

Acaba de cumplir los 30, recibió en noviembre el premio Martín Códax a la mejor artista emergente y, como dato insólito (e impactante), luce en las icónicas pantallas gigantes de Times Square, en Nueva York, porque Spotify la ha escogido como embajadora de su programa Equal, con el que se persigue visibilizar en todo el mundo el trabajo de mujeres jóvenes. Todos estos datos son avales curriculares de relieve, pero el mejor refrendo a su sereno fulgor es esta Carta aberta con la que debuta para dejar, ya desde el primer momento, una honda huella. A medio camino entre la canción folclórica y de autor, y con una instrumentación ínfima, apenas su guitarra y la flauta y los diferentes saxos (alto, soprano y tenor) de Miguel Arribas, Antía consigue hacerse con un hueco propio, singularísimo, determinante.

 

Cuesta encontrarle un parangón, porque recuerda a muchas mujeres que la antecedieron pero no se acaba de parecer a ninguna. Habrá escuchado mucho a Uxía o Luz Casal, sin duda, por mucho que habrá voces que la encuentren más cerca, siquiera generacionalmente, de Sílvia Pérez Cruz. Se atreve con La llorona, quién sabe si después de escuchársela a Lila Downs; y sale airosa, pese a que de esta pieza mexicana conocemos docenas de lecturas. Alterna las piezas gallegas íntegramente tradicionales con la creación propia y la adaptación de poetas de la tierra: el ineludible Manuel María, pero también el ferrolano Carvalho Calero y la aún mucho menos divulgada María Mariño.

 

Antía es, en fin, trovadora y poliédrica, un hallazgo para el embeleso. Una voz absorta e infinitamente más sabia y asentada de lo que cabría deducir a partir de su DNI. Una valiente que podría ser cantareira, pero no se restringe ni contenta ante nada. “A valente decisión de non vivir na ignorancia”, reza uno de sus versos en la canción que da título a este álbum. Una elocuente manera de resumirse y reivindicarse.

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