Hay días, y no son extraños, en que al que más y al que menos le da por concederse monográficos intensivos de Dylan. Quizá a ti te suceda también, y es probable que conozcas más casos. Es lo menos, siendo don Roberto quien es y resultando tan inabarcable su discografía oficial, más aún desde que le dio por complementarla con esa jubilosa pedrea de los bootlegs (algunos, mejores que sus trabajos de referencia, según opinión extendida y compartida).

 

Que duren los rituales y las panzadas, la militancia de la palabra con sustancia y la trascendencia intergeneracional: todos hemos escuchado alguna vez a Zimmerman también como una manera de lamernos las heridas. ¿O no? En realidad, en esas  retrospectivas caseras solo conviene orillar su reciente fase de antiguallas de Sinatra y el tin pan alley, a la que le dio por consagrar ¡cinco discos! y que figura entre lo menos mollar de toda su trayectoria, solo por detrás de su álbum de villancicos y algún gatillazo tardío en los ochenta.

 

Sin embargo, las obras malditas, como tantas otras veces y con otros tantos genios, sí deberíamos incluirlas en nuestras oraciones por la palabra eterna del dylanismo. Todo ello permite justificar la reivindicación de este Under the red sky, que aparece sistemáticamente en todas las listas de obras menores, o fallidas, o frustrantes del bardo de Duluth. Quizá porque la producción de Don Was empalidecía frente a la de Daniel Lanois, pero… ¿de verdad que no nos gusta ni un poco Don Was? O porque Wiggle wiggle puede pasar, honestamente, por una apertura algo tontorrona, pero ¿no nos ha dado tiempo a llegar a TV Talkin’ song o a 2×2?

 

¿Y qué decir de ese fulgurante blues de cierre, Cat’s in the well? ¿O de la contagiosa Handy dandy? Cuidado, que es el mismísimo George Harrison quien acaricia las cuerdas de su guitarra para el tema central del álbum. Y que se suceden aquí y allá los cameos de Slash, David Crosby, ¡Elton John!, Stevie Ray Vaughan, Jimmie Vaughan y hasta Bruce Hornsby, del que ahora nos acordamos menos de lo que debiéramos y merece. Estamos ante un trabajo ligero, quizás intrascendente, del que no queda ninguna huella del todo indeleble para el catálogo. Pero nos reconciliaremos con él a cada escucha. Entronca con esa fascinación inevitable que despiertan los renglones torcidos; por eso, podemos salpimentar su escucha con las de Dylan (1973), Shot of love (1981) y hasta Down in the Groove (1988), aunque este último es más difícil de indultar. Para Triplicate (2017), en cambio, no suele quedar humor. A la próxima, tal vez…

3 Replies to “Bob Dylan: “Under the red sky” (1990)”

  1. Aviso: al contrario que el gran Silvio Fernández Melgarejo, no vengo buscando pelea.

    Sin embargo, no puedo estar menos de acuerdo con calificar de “fase de antiguallas de Sinatra y el tin pan alley”, sin matices, a los cinco discos de standards publicados por Dylan entre 2015 y 2017. “Fallen Angels” es un notable alto y “Shadows In The Night”, una obra maestra absoluta en la austera e inédita instrumentación (¡una pedal steel guitar!, unos puntuales y mínimos metales), el impecable sonido cálido y envolvente y, sobre todo, la soberbia interpretación vocal de Dylan, que demuestra incontestablemente a los perdonavidas de turno que es un cantante descomunal. Para mí, se encuentra, sin duda alguna, entre sus veinte mejores discos. Cierto que “Triplicate” baja bastante en el repertorio escogido y suena reiterativo y excesivo.

    En cualquier caso, y prescindiendo de que no contengan canciones suyas, los dos primeros discos citados son una suprema lección de fraseo y modulación, una especie de elegante apropiación con enfoque propio de un cancionero mil veces interpretado siempre de la misma forma. Y sólo por eso, supone la enésima aportación a la música de un artista inagotable. A la manera de Muhammad Ali/Cassius Clay, “el más grande”.

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