Han tardado medio año largo los Cosmic Wacho en conferir corporeidad y formato físico a su espectacular álbum de debut, un trabajo lo suficientemente deslumbrante como para que no mereciera reducir su existencia a la etérea e infinita nebulosa de las plataformas. Porque esta confluencia entre la costa malagueña y el río Paraná forma parte de los episodios más espectaculares de 2022, una entente adictiva para danzar –y mucho– al ritmo de las cumbias más inteligentes, sabrosas y, por qué no subrayarlo, lisérgicas de los últimos tiempos.

 

Los protagonistas responden al nombre de Alejandro Domínguez (el malagueño) y Franco Felici (el de Santa Fe), y entre ambos urden este artefacto intensamente psicodélico y rabiosamente bailable que agranda los caminos sugeridos con éxito por Colectivo Panamera y transitados desde una óptica más underground por Los Mejillones Tigre. En el caso de los Wacho, el hechizo de la noche y las alusiones panamericanas se afianzan desde la óptica de la sensualidad, las voces susurrantes y cadenciosas, el gusto por las percusiones sabrosas y las curvas con mucho peligro. Cumbia del pasado, a tiempo medio, y Caramelo, con el metrónomo aportándole todo el brío a la alianza, son los ejemplos perfectos de lo efectiva y avasalladora que llega a resultar este gozoso y muy colorista invento.

 

Felici y Domínguez tienen la sorna, la gracia, el ritmo y el desparpajo suficientes como para jugar con el autotune sin salir escaldados; de rapear con intención y sensualidad para Sabe tu nombre, incluso de concedernos un fugaz descanso en (la primera mitad de) Nubes antes de que nos sobrevengan los calambres y las sobrecargas musculares. Igual hay que echarle valor y descaro para marcharse de fiesta con ellos, pero sus conocimientos de los resortes no ya solo de la cumbia, sino de códigos vecinos como el calypso o la bachata (Cuando tú te vas, con esos teclados ostentosos de feria), avalan este estreno como un extraordinario aliado para locas noches de fiesta, seducción y guiños a la luz de las velas.

 

Para rematar la jugada, el elepé físico añade a los diez cortes originales un undécimo, Locuras, oda manifiesta a la tensión sexual, el perreo suave y el cimbreo chill de caderas. Imposible no pasárselo bien.

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