David Bowie ya había colocado sobre la mesa evidentes muestras de genialidad a comienzos de 1971, pero aún distaba de ser el artista nuclear, icónico, seminal e imperecedero con que le recordarán los siglos. Tanto Space oddity (1969) como The man who sold the world (1970) alternaban momentos absolutamente deslumbrantes con páginas más dubitativas o, cuando menos, descarriladas, y lo cierto es que su propia personalidad artística parecía aún en pleno proceso de formación y definición. Todo ello se corregiría para siempre con Hunky dory, su primera obra maestra e irrefutable, ese toque de corneta y onomatopeya (“ch-ch-ch-ch-chaaaangeees”) que lo reformularía todo y le elevaría a los altares y a las clasificaciones con cinco estrellas. Ahora Divine symmetry, esta caja mastodóntica y fascinante, documenta a lo largo de cuatro cedés (y un blu-ray de audio), con minuciosidad a prueba de los mayores bowieólogos del lugar, todo el proceso de transformación acontecido a lo largo de aquel primer gran año de todos los prodigios.

 

Divine symmetry es, con casi toda seguridad, el artefacto más abrumador –y van unos cuantos– salido de los archivos de Warner desde que lloramos la ausencia de David Jones, en enero de 2016. Todo en él es superlativo, por contenidos y continentes, así que conviene avisar de que se encuentra lejos del alcance de las economías humildes. Para quienes dispongan de holgura en sus finanzas, les espera un festín pantagruélico. Baste avisar de que la caja contiene no un libro, sino dos: al primero, con tapas gruesas y un centenar de páginas que documentan uno por uno los 72 documentos sonoros, además de entrevistas, ensayos y material de archivo documental y fotográfico, se le suma un facsímil con las notas manuscritas, listados de canciones, garabatos, dibujitos, tablaturas armónicas y hasta pequeñas cuentas matemáticas que David fue acumulando en su agenda de aquel año en que acabó conquistando su plaza vitalicia en la estratosfera.

 

Los discos 2 y 3 corresponden a distintas grabaciones en directo de aquella temporada; sobre todo para el programa de John Peel, el 3 de junio, pero también en un Sounds of the 70s para el que se apretó la tecla roja de grabación un 21 de septiembre, además de una visita, apenas cuatro días después, al Friars de Aylesbury. Todo este último concierto permanecía rigurosamente inédito hasta la fecha, al igual que un importante porcentaje de las visitas a la radio pública, y la calidad de sonido es razonablemente alta, por lo menos para los estándares de este tipo de material para fans con cinturón negro. Pero el verdadero tesoro, el motivo de asombro y emoción, se concentra en las 16 maquetas que recopila el primer disco. Ahí sí que reproducimos ese tipo de aceleración cardíaca que solo parecían conocer ciertos egiptólogos.

 

How lucky you are, por ejemplo, fue un tema compuesto para Tom Jones que el tigre galés no quiso aprovechar y se perdió en la inmensidad de la desmemoria. Es fantástico. Pero no menos que Looking for a friend, que documenta el deambular de Bowie por la noche gay londinense. Un momento, ¿qué demonios es King of the city? Una canción soberbia y perdida… en la que se encuentran una buena parte de los cimientos que nueve años más tarde reflotarían en el tema central de Ashes to ashes. Una sensación parecida a la que produce Tired of my life, en la que también hay trazas reaprovechadas para aquel mismo álbum.

 

¿Cómo no regodearnos ante esta sensación de asombro, de estupor admirado? Casi nadie podría guardar entre sus documentos de trabajo, a modo de notas o bocetos, cerca de cinco horas de grabaciones de esta magnitud en apenas 12 meses. No todo aquí es imprescindible, solo faltaba. Las muy precarias “grabaciones en un hotel de San Francisco” de Quicksand y Waiting for the man, el tema de Velvet Underground, no superan la condición de curioso documento sonoro, igual que seguramente no necesitemos tantas tomas distintas de Song for Bob Dylan, y no digamos ya Amsterdam, que ni siquiera es una página propia sino de Jacques Brel. Pero aquí aparece el primerísimo boceto de Shadow man, que no adquirió su pleno esplendor hasta Toy; para más inri, ese disco fantasma de 2001 que permaneció archivado y sin conocer edición oficial hasta dos décadas más tarde, ya con la condición de póstumo.

 

Para quienes se hayan agotado con las limitaciones técnicas y sonoras de los tres primeros discos, el cuarto se consagra a “mezclas alternativas, singles y versiones”, lo que nos permite acceder en las mejores condiciones a rarezas como Lightning frightening o la versión de la esquiva Bombers con introducción a cargo de Andy Warhol. No, no es fácil dar abasto. Este “viaje alternativo a través de Hunky Dory” no iguala en miles de kilómetros la órbita trazada por Major Tom, pero debe de quedarse bastante cerca.

 

2 Replies to “David Bowie: “Divine symmetry” (2022)”

  1. Gracias Fernando , por diseccionarnos tan acertadamente como siempre , ésta última entrega de nuestro admirado 2Duque Blanco” . Gracias.

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