Era fácil enamorarse de Graham Parker a partir de sus enormes discos de la segunda mitad de los setenta, desde Howlin’ wind a Stick to me y Squeezing out sparks, pero nuestros corazoncitos siempre deberían reservar un hueco de privilegio para este Steady nerves, casi olvidado por su condición de hijo desvalido: fue el único álbum firmado junto a The Shot (en realidad, el enorme Brinsley Schwarz y tres muchachos más) y el único para Elektra, que ya era el tercer sello discográfico en el que militaba (y al primero se lo ventiló, recordemos, con el envenenado Mercury poisoning: ni era fácil de contentar ni se andaba con medias tintas).

 

Pues bien, Steady nerves, y sobre todo su inmaculada cara A, es una obra de arte a la altura de las mejores cotas: esa voz cáustica y arrastrada, la mirada vitriólica y aguda, el gancho melódico a la mandíbula del oyente, la inmediatez, el genio, la chulería (¡esas gafas de sol!). Ah, y sus teclados siempre chirriantes, desmesurados, agudos. Lunatic fringe invita a la adicción, igual que esa apertura fulgurante, Break them down. Pero el mayor tesoro coincide esta vez con el único tema que perdura en la memoria colectiva, ese Wake up (Next to you) a ritmo medio y con canónico solo de saxo que, proviniendo de un cínico incurable, se convierte en una de las más grandes canciones de amor de la década. Y en uno de los rarísimos ejemplos de su discografía en que una canción rubricada por él escaló bien alto en las listas de éxitos.

 

Escucharla otra vez puede remontar a las tardes de aquellos veranos adolescentes, repantingados en el suelo del salón, con la cabeza pegada a los altavoces de la FM. Aquellas tardes deslumbrantes y tórridas, inacabables en teoría. Irrecuperables a todos los efectos. Como la propia firma de The Shot, un disparo breve y efímero, pero mucho más certero de lo que la memoria creía retener. El londinense iba camino entonces de los 35 años y ya le teníamos por casi un veterano. Qué amargas, a veces, resultan las paradojas del tiempo.

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