Ante todo, un detalle anecdótico, pero también sintomático. Muzi, el artista electrónico sudafricano que se colocó detrás de los controles para este álbum, accedió a producir Pang! siempre y cuando todas sus canciones estuvieran escritas en galés. Puede que aquella no fuese la intención inicial, por lo menos explícita, por parte de Gruff Rhys, pero sus ganas de apartarse de la zona más centrada y confortable del camino le llevaron a aceptar el reto. No es la primera vez que le disfrutamos en su lengua original, pero esta es la ocasión en la que más parece disfrutar de la extraña fonética de su vocabulario materno; orgulloso de una rareza que le convierte de por sí en singular, más allá de que sus aficionados locales sean a estas alturas una auténtica legión. Rhys estará asociado de por vida –y buena cosa es– a sus pintorescos y genuinos Super Furry Animals, pero conviene alertar de que afronta ya su ¡séptimo! álbum con nombre propio, y eso sin sumar una banda sonora y algunas diabluras más. El humor que siempre subyacía en SFA ahora se ha disparado hasta convertir este Pang! en un trabajo afable y profundamente afectivo. Capaz de abordar el desparpajo de Bae bae bae, las conexiones étnicas de Ara deg (¿una revisión de los universos de Graceland tres décadas más tarde?) y el irresistible gancho fonético de Digidol, una cantinela que, sin necesidad de recurrir al traductor de Google, nos pasaremos todo el día tarareando. Hay paréntesis acústicos (Eli haul), por aquello de tomar aire; un tema central de honda tensión arpegiada y un delirio de trance electrónico a la altura de Ol bys. No hace falta haberse matriculado en ninguna academia de Cardiff: a un tipo como Gruff Rhys le acabamos queriendo desde cualquier rincón del mundo.

 

 

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