Jacobo Serra no ha entregado un álbum convencional, sino un pedacito de alma. Doce es un trabajo de honestidad y hondura absolutamente infrecuentes, un testimonio vital que rebosa emoción y acrecienta aún más su efecto cada vez que la aguja araña su docena de episodios. Porque no hablamos aquí tanto de una colección de canciones como de un ciclo: un repaso de sentimientos profundos, un vaivén de sensaciones y estados de ánimo que aprovecha el viejo recurso de encabezar cada título con el nombre del mes correspondiente para hacer más explícito el carácter conceptual del disco.

 

El albaceteño formado en Inglaterra y afincado en Madrid ha tardado un tiempo seguramente desorbitado e imprudente para encontrarle sucesor a Fuego artificial (2017), aquel estreno en castellano que se benefició de Juanma Latorre (Vetusta Morla) en funciones de productor y co-letrista y deslumbró por la vivacidad de su pop barroco, luminoso y ligeramente electrónico. Ahora, cinco años y medio después, Doce se erige en el envés de aquella entrega y en una obra de carácter rabiosamente personal, puesto que Serra asume por completo en solitario no solo composición y producción, sino también los arreglos de los abundantes pasajes para vientos y cuerdas. Hablamos de un álbum sombrío y torturado en buena medida, taciturno incluso desde el pudor pero esperanzado en última instancia. Dolor y alivio, pesadumbre y resiliencia, congoja y fortaleza: he ahí el carrusel emocional que anida en estos surcos y le estalla al oyente delante de las narices a poco que le concedamos a Jacobo una escucha generosa.

 

En realidad, Doce comenzó a fraguarse en julio de 2019 en Liverpool, junto a los alumnos de ese Liverpool Institute for Performing Acts (LIPA) patrocinado por Paul McCartney, y debería haberse materializado como obra fonográfica no muchos meses después. Pero en esas sobrevinieron primero la pandemia y después una serie de circunstancias personales inquietantes y desconcertantes que lo enmarañaron todo. Hasta el punto de que el autor de La brecha o El activista decidió actuar casi en clave de epifanía, rehacer la colección de principio a fin y escribir desde cero en español unas letras que estaban completadas e incluso grabadas en inglés. De ahí el efecto que tiene ahora escucharle, por ejemplo, en Febrero – Frío y cruz, seguramente la más sombría de las 12 canciones, y en las que hasta la forma de silabear la palabra “miedo” se clava como una aguja de hielo en los tímpanos.

 

Tanto Febrero – Frío y cruz como su antecesora, la soberbia y muy detallista Enero – La búsqueda de lo imposible, son los dos primeros ejemplos de las muchas canciones que se decantan aquí por el compás ternario, como una sucesión de valses,síntoma inequívoco de un clasicismo y una acentuada tendencia al carácter abstraído que asoma a cada rato. Pero hay también una especie de nada, Agosto – El preludio, tan refinada como todo el elepé, y algún resquicio para el esparcimiento: sobre todo en la instantánea Julio – La gran vida, con aires a fiesta callejera en Nueva Orleáns, o la casi cabaretera Septiembre – Muerte en Venecia, que apela a su confesa fascinación por Paul McCartney desde el ángulo más añejo del exBeatle, el de When I’m sixty-four o Martha my dear. Pero en realidad este álbum no sirve para reeditar el viejo y ya desfasado (y desgastado) apelativo de “el Beatle de Albacete”, puesto que en Doce las influencias apuntan más en la dirección de su otro gran ídolo musical, Rufus Wainwright, y de referentes tan incontestables como The Divine Comedy o incluso Cole Porter.

 

La sombra de otro destacado integrante de su santoral particular, Nick Drake, es flagrante en la preciosa y desolada Noviembre – Te di lo que soy, mientras que los ecos de Wainwright reaparecen también de manera evidente en el telón final, Diciembre – Doce. Un ejemplo, por cierto, de canción otra vez más magnífica pero lastrada por una letra algo elemental y demasiado predecible, de esas en las que el oyente imagina con demasiada antelación cómo acabarán resolviéndose los versos. Es, a ratos, el único punto vulnerable de Doce, un problema que Latorre, letrista excepcional, se había encargado de limar en los tiempos de Fuego artificial y del epé anterior, Icebergs (2016). Pero la valentía, el esfuerzo y la sinceridad de Serra en todo este trabajo se antojan encomiables, y más aún su vocación por un pop camerístico, tan ambicioso como atemporal y accesible, que no se estila ni de lejos en ningún otro ámbito de la escena española. Puede que no sea el disco más fácil de radiar, promocionar o, aún menos, llevar a los escenarios, pero Doce figura ya, desde su demorado alumbramiento, entre los grandes episodios musicales de este país para 2023.

 

2 Replies to “Jacobo Serra: “Doce” (2023)”

  1. Hola:
    No voy a decir que todas las canciones, pero muchas, han conseguido elevarme a los cielos. Sin lugar a duda una de mis voces favoritas. Algunos arreglos son tan excepcionales que una se dice: Qué maravilla!!!

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