Nunca ha sido Lagartija Nick una formación apegada a las convenciones ni los lanzamientos rutinarios, pero los años no han hecho sino agudizar su irrefrenable tendencia a caminar por los márgenes. Más de tres décadas después de su primer plástico, hay pocas bandas capaces de escaparse a sus propias dinámicas y senderos, y los granadinos lo consiguen con un trabajo asombroso de pura heterodoxia, excitante en su capacidad para salirse de las pautas ajenas y hasta propias. Porque el rock experimental y poético de El perro andaluz dinamita las estructuras convencionales de la canción y, ya puestos, todo asomo de rima asonante y consonante. Y, lejos de erigirse en hueso duro de roer, por seguir a vueltas con la semántica canina, se convierte en una colección vivaz y adictiva; a veces, ¡casi cantable!

 

Todo hay que matizarlo dentro de las coordenadas de los Lagartija, evidentemente, que siempre se sienten más cómodos en el formato de los cinco a seis minutos que en el de los tres. Esa holgura les permite exponer temas tan guadianescos como Una jirafa/Undécima marcha, que transita de las guitarras a la electrónica y de ahí a las cuerdas y los vientos para encresparse nuevamente en el tramo final. Es fascinante esa habilidad del cuarteto para canciones que más parecen microsuites, pequeños y endiablados cubos de Rubik en los que las piezas terminan encajando y provocándonos estallidos cromáticos en los tímpanos.

 

La adopción del muy desconocido poemario surrealista del cineasta Luis Buñuel como fuente lírica para El perro andaluz parece de antemano una audacia suicida, a juzgar por la heterodoxia radical de unos versos oníricos y casi alucinados, aunque bellísimos. Pero a la pericia de los Lagartija se suma la de Antonio Arias en solitario, porque seguramente estos poemas musicales perrunos no adquirían esta solvencia sin el trabajo previo del cantante y compositor para Hola Tierra/Hello Earth, su cancionero bilingüe a partir del poemario interestelar de Al Worden.

 

Esa habilidad para los giros insólitos se despliega ahora con todo su vigor. Pero entre medias incluso los Nick son capaces de deslizar una píldora de pop radiante, Polisoir milagroso, que tiene, en efecto, algo de afortunado fenómeno inexplicable y un epílogo con vistas a los Beatles.

 

Las armonías vocales felices también enriquecen Al meternos en el lecho, con coda popular y tradicional que Ramón Rodríguez colorea con el tintineo secular de mandola y bandurria. Es una presencia inopinada que se prolonga a No me parece ni bien ni mal, aquí sin pretensiones folclóricas. Transitamos, en definitiva, de sorpresa en sorpresa: de oración en mística, de carne pecadora y fieras que copulan en santidades varias. Y para agrandar la fascinación del oyente emerge la voz del propio Buñuel hablándonos de síncopas en Pájaro de angustia y tarareándolas (muy bien) con aires jazzísticos para que la propia banda le tome la palabra justo donde él la deja. Habían dejado muy alto el pabellón los de Granada con Los cielos cabizbajos (2019), pero es muy probable que este sea un paso que los aleja todavía más de cualquier medianía.

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