El principal reto que afrontaban Midnight Sister para este segundo álbum era hacer frente al recuerdo de Saturn over sunset, el prodigioso debut con el que descubrimos a la magnética Juliana Giraffe y al hechicero Ari Balouzian allá por 2017. La decisión del tándem para que su propio antecesor no les eclipsara ha sido multiplicar de manera exponencial el factor riesgo. Painting the roses es un álbum caleidoscópico en el que no dejan de sucederse las sorpresas, un viaje tan abierto al sobresalto como, sobre todo, a la fascinación. No hay manera de atraparlo en una sola instantánea: tan pronto creemos que lo podemos circunscribir al pop de cámara como se nos vuelve psicodélico, electrónico y hasta tanguero. Y, claro, todo ello es una bendición.

 

En la apertura, Doctor says apenas concede unos segundos de tregua antes de que irrumpan unas cuerdas rutilantes. Foxes se erige en un homenaje sui géneris a los Beatles, una suerte de híbrido entre Let it beJealous guy en el que juraríamos que algún clon de Ringo Starr se ha colado en la banqueta de la batería. A renglón seguido, Sirens es un fabuloso delirio bailongo, una especie de híbrido entre el dance y el art pop de Talking Heads en los años ochenta. Y todo para desembocar en Escalators, donde vuelve a resultar evidente que las enseñanzas de la Electric Light Orchestra seguirán vigentes durante décadas incontables.

 

A partir de ahí, alcanzado el ecuador, prepárense para el vértigo. Balouzian, no nos olvidemos, ha rubricado arreglos para Alex Izenberg o Tobias Jesso, Jr, así que decide embarcarnos en un viaje alucinógeno. My elevator song reincide en las cuerdas, pero desde un enfoque cada vez más enigmático. Song for the trees juega la baza del pop bucólico y campestre, pero no elude el factor de la inquietud. Limousine es la prolongación bailonga de Sirens, pero cuando la madrugada ya se ha vuelto tan pendeja que no distinguimos bien los rostros de nuestros acompañantes. Y el final, con Painting the roses, es ya tan lisérgico como un abigarrado estudio con todos los botes de pintura abiertos y ni un poquito de ventilación.

 

En último extremo, los angelinos consiguen lo impensable: en nuestro afán por desentrañar este elepé, no podemos dejar de escucharlo. Y a cada nueva inmersión se nos multiplican las sensaciones en el paladar. Un prodigio.

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