Quien recordara a Naima Bock solo por su periodo de aprendizaje al frente de Goat Girl, la banda femenina que ella misma fundó con apenas 15 años y de la que se desvinculó amistosamente tras su sabroso álbum de debut (Goat girl, 2018), no darán crédito ante los contenidos de este Giant palm, que se alejan unos cuantos años luz de aquella experiencia iniciática. Todo el post-punk y el gusto por las tinieblas de la banda matriz se transforma aquí en ambientes sutiles, atmosféricos, quedos, susurrantes, sofisticados y a menudo pastorales, un universo campestre en el que entran muchísimas ganas de anclar con fuerza la tienda de campaña y permanecer una temporada extensa.

 

Bock ha tardado una infinidad en dar forma a este estreno en solitario porque no tendría sentido que un canto a la vida pausada y a la sutileza minuciosa (escuchen esos violines que sollozan en silencio al final de Dim dum) incurriese en el error de la precipitación. Mucho se habla de las influencias de la bossa en el universo de Naima, que tiene padre brasileño y vivió de cría unos cuantos años en São Paulo, pero esa herencia solo queda explicitada en el tributo final a O morro, el clásico de Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes. Para el resto del repertorio hay que pensar mucho más en el folk británico de los setenta, así que imaginemos una revisión sabrosamente actualizada de Maddy Prior, Norma Waterson o Anne Briggs para comprender por dónde van los tiros. O, por buscar un paralelismo mucho más reciente, una versión de Jane Weaver rebajada de psicodelia. Y disfrutemos del viaje: la cocción de la obra ha sido tan lenta que en estas 10 piezas se deslizan pellizcos de sabor y sustancia a raudales.

 

Ayudó a todo ello, qué paradoja, el desbarajuste doloroso de la pandemia. Naima se puso a practicar jardinería y estudiar Arqueología tras apartarse de Goat Girl, pero la irrupción del covid pospuso todos sus planes de reaparición y, a cambio, propició una nutrida nómina de colaboradores para este debut, en alguno de cuyos cortes participan hasta tres decenas de músicos. Sobre todo por la afición de esta londinense a la música vocal, que aflora en momentos corales bellísimos de llamada y respuesta (Every morning).

 

Hay sofisticados valses tristes (Campervan y sus rutilantes arreglos de viento, con guiño incluido al Concierto de Aranjuez) en este álbum fascinante, bello, delicado y, sobre todo, plural. Con flautas de aroma bucólico en Toll, invitaciones a cantar frente a la hoguera (Enter the house) o un precioso instrumental de tono jazzístico y crepuscular al que solo le falla el título: Instrumental. Todo el que hubiese difuminado el nombre de Naima en la memoria hará ahora muy bien en recuperarlo y asignarle un espacio de privilegio.

 

 

3 Replies to “Naima Bock: “Giant palm” (2022)”

  1. Gracias una vez más por instruirnos en las sutiles melodías, Fernando.
    No conocía a Naima Bock. Me encanta! Me parece muy original lo que hace.
    Abrazo!

    1. Este pasado 23 de septiembre pude disfrutar de su música como telonera de los Squid. La atmósfera que consigue en directo, ella solita, es realmente fascinante. Una calma tensa que nos conjuró a todXs los presentes para el vendaval sonoró que luego cayó con los británicos.

      Noche estupenda

      Saúdo

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