Los coprotagonistas de este álbum en código compartido no han descubierto para la ocasión el concepto de la extraña pareja, pero lo subliman como probablemente nadie se haya atrevido a materializar a lo largo de toda la temporada. Henki es un disco atípico, inesperado y francamente raro, sin que ninguno de esos epítetos merezca ser interpretado desde una perspectiva peyorativa. Al contrario, este encuentro entre un ilustre folclorista psicodélico británico y una banda metalera bien reconocida por tierras escandinavas, a sabiendas de la simpatía finlandesa por las guitarras eléctricas bravías, acaba provocando pellizcos de curiosidad, emoción y hasta vértigo, por aquello de que explora territorios pintorescos sin incurrir ni en la chabacanería ni el exotismo gratuito.

 

Es decir: partimos del hallazgo de un discurso compartido, y la gran noticia aquí es que su sintaxis aparentemente disparatada funciona mucho mejor que bien. Porque con Henki superamos pronto el concepto de extravagancia para adentrarnos en el de embeleso. Creíamos que nos encontrábamos ante un discípulo aventajado de la Incredible String Band, pero es como si se colasen en la fiesta los parientes doctos de Nightwish o Lordi (sí, sí, aquellos locuelos de Eurovisión). Delirante. Y delicioso. Gorgoritos incluidos, en momentos como la trepidante Methuselah.

 

La alianza se materializa en siete cortes intensos, extensos, sustanciosos; ninguno por debajo de los seis minutos; el más prolongado y puede que también el más excitante, Silphium, por encima de los 12. Como cuando los niños descubren con las témporas que la mezcla de azul y amarillo produce un verde precioso, aquí llegaremos a la conclusión que las praderas de la campiña inglesa y los vientos huracanados de la épica finesa se fusionan en algo razonablemente parecido al rock sinfónico. Pensemos en bandas raras dentro de las singularidades del género; desde Gentle Giant a Van der Graaf Generator. Por ahí van los tiros. Y este era un giro de guion que, como el de la maldita sexta ola, nadie esperaba en 2021.

 

Disfrutemos, pues, de este ejercicio de friquismo que no se queda en ocurrencia, sino en sensacional hallazgo. El ritmo machacón de Lily (“Lirio”: que no se nos olvide anotar que todas las canciones tienen nombre de planta) tiene algo de krautrock y esoterismo, igual que el acelerón de guitarra y sintetizadores a mitad de Pitcher nos sitúa en los Yes de Roundabout. Disfrútese todo ello sin miedo. No solo es divertido. También, y sobre todo, es magnífico.

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