Mientras muchos grupos se aburren y aburguesan con el paso de los años, los texanos Spoon exhiben la rara habilidad de volverse cada vez más traviesos, sabrosos y sustanciales. Nadie que coloque Lucifer on the sofa en el lector del salón sin reparar en la foto de sus protagonistas pensaría en una banda experimentada de hombres maduros, un quinteto que acaba de celebrar, con discreto alborozo, su primer cuarto de siglo. Pero Lucifer atesora la rara y maravillosa virtud de ser instantáneo y juicioso a la vez. Entra de primeras, porque su escritura es poderosa, pero la arquitectura interna de sus canciones solo está al alcance de gente con trienios que sabe mucho de esto.

 

Hay un punto de partida lúdico, sin duda, en un grupo que a estas alturas repantinga en el sofá al mismísimo diablo y abre fuego con los modales ásperos de Held (versión de Smog, ahí es nada) y el instantáneo alborozo de The hardest cut, uno de esos singles para enmarcar: dinámico, agitado, adictivo, con ganchos en cada curva y una pegada muy del gusto del brit rock: como si los hermanos Gallagher hicieran noche en Texas.  Pero esas 10 canciones terminan dando la sensación de grandes éxitos reconcentrados, justo lo que conseguía esa antología atípica, Everything hits at once (2019), en la que el balance de veintitantos años obviaba la exhaustividad en favor de la precisión y el flechazo instantáneo. Ahí quedan, para demostrarlo, otros hitos como The devil & Mister Jones (medio tiempo vibrante, con duelo de guitarras y teclados) o la traviesa Wild, que parece un remedo del Radio ga ga de Queen con alguna batalla épica de… ¡Bob Seger!

 

Habrá influido en todo ello, sin duda, el regreso del quinteto a su cuartel general originario en Austin, Texas, después de una larga aventura angelina. Lucifer on the sofa suena, en términos generales, más granulado y polvoriento; hay en él mucha hambre de himnos y de escenario, como si Britt Daniel no aguantase más las ganas de desgañitarse ante la parroquia. De ahí el optimista pálpito de Feels alright o el contundente obstinato rítmico de On the radio, que parece pedir a gritos, en efecto, su paso por el dial.

 

Todo confluye con Lucifer…, ya se ve, en la reivindicación del discazo clásico. Incluso sus hechuras de diez canciones y 39 minutos de duración, o el tono más reconcentrado de Astral jacket y Satellite, que derivan en un Lucifer on the sofa final con su alucinado viaje noctámbulo entre saxos espectrales y teclados vaporosos. Muy grande.

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