Que la tupida maraña de ramas en el abigarrado bosque de las novedades musicales no nos prive nunca la visión de aquellos nombres ante los que debemos permanecer verdaderamente atentos. Poco habíamos sabido hasta ahora en España de Brian Fennell, líder de la efímera banda Barcelona, y que como artista en solitario opera ahora bajo el extraño epígrafe de SYML (el término galés para “simple”, un bautismo sin duda engañoso). Su debut homónimo, en 2019, pasó algo desapercibido, pero no nos deberíamos permitir bajo ningún concepto una pasividad similar para esta segunda entrega, un dolorido y muy hermoso canto a la pérdida de los seres queridos y al amor y el recuerdo como únicas fórmulas posibles para la catarsis.

 

Puede que amor y dolor parezcan conceptos del todo contrapuestos, pero The day my father died, que gira en torno a los dos años de lucha contra el cáncer por parte del progenitor de nuestro protagonista, entrelaza esos sentimientos y los encauza hasta asentar un estado de alivio interior y reconciliación con la vida. De ahí que todo resulte tan emocionante en este disco bello, extenso y minucioso, casi una hora de relatos, confesiones y desahogos con el marchamo de una escritura folkie al más alto nivel.

 

No podía ser de otra manera si las ilustres Lucius respaldan y casi abrazan a Fennell en el tema inaugural, Howling, donde este deslumbrante y aún poco difundido trovador de la Costa Oeste exhibe una voz compungida y en falsete que encajaría –igual que el último corte, Corduroy– en cualquier lista de escucha de Bon Iver. Y eso que aún no hemos desembocado en Believer, auténtica piedra angular del álbum, un tiempo medio exquisito e impecable, de chaqué y pajarita, para el que Brian se dobla en las voces y recorre todo el amplio arco emocional que media entre el abatimiento y la esperanza.

 

Laughing at the storm, un título que simboliza muy bien esa colisión de sensaciones encontradas, es una pieza ya algo más animosa, como una versión de Fleet Foxes (vecinos de Seattle, no lo olvidemos) bañada por el sol. Y la apelación a Crosby, Stills & Nash se vuelve evidente con Sweet home y sus maravillosísimas armonías vocales, sustentadas apenas en una sencilla guitarra acústica hasta que la arquitectura instrumental se va apuntalando a lo largo de la segunda mitad del tema.

 

Y si de espíritus compungidos se trataba, y de timbres vocales que invocan la emoción más profunda y arraigada, casi nadie como Guy Garvey (Elbow), coprotagonista en Lost myself y uno de esos cantantes con el don de que sus interpretaciones parezcan verdaderos salmos. No es la última aparición de invitados ilustres: la voz de Sara Watkins (Nickel Creek), sencilla y liviana, contribuye a hacer Better part of me descomplicada y condenadamente bonita, y algo similar sucede con la jovencísima cantautora Charlotte Lawrence en la tierna y amorosa You and I, demostración casi al final del álbum de que podemos recuperar el pulso del amor incluso después de las experiencias más amargas.

 

En realidad, en un contexto como el que dibuja este trabajo inspiradísimo, solo el aire cantarín y coreable del tema titular, precisamente ese, debemos considerarlo una relativa anomalía. La segunda mitad del trabajo baja unas décimas el listón, porque no era normal lo que estaba sucediendo, pero Chariot se vuelve dinámica, enfática y pegadiza, con ese tono afable que puede recordar a Charlie Winston o Matt Simons. Y esa tendencia animosa también se prolonga hasta Marion, igualmente escorada hacia un pop de factura impoluta; tanto que no desencantaría, intuimos, a los amantes de Tears for Fears. Puede que no resulte sencillo interiorizar el nombre de SYML, pero hemos de asumir el esfuerzo para preservar en la memoria este disco adorable.

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