A la hora de afrontar el segundo disco de larga duración (antes hubo un EP), ese que define los refrendos y consagraciones, pero también los traspiés y costalazos, los albaceteños Vermú aprietan los dientes, doblan la apuesta, tiran de autoestima y dejan clara su candidatura a convertirse en una de las grandes bandas revelación de la península en estos últimos años. La fórmula patentada con el ya muy atractivo Cancionero estoico (2020), esa confluencia entre rock independiente y trasfondo folclórico, se vuelve ahora más vigorosa y arrolladora. Parece evidente que el quinteto sabe de sus virtudes y se las cree: Duelo de ronda ya no es un tímido golpe en la puerta, propio de quien pide permiso con gesto pudoroso para entrar en la fiesta, sino el refrendo orgulloso del que puede pasar hasta el fondo con todos los honores.

 

Desde el contundente arranque del álbum con Agosto, que abre fuego con sus guitarras encrespadas, teclados solemnes y batería rocoso, resulta obvio que Daniel Toboso y sus aliados llegan de frente, con la cabeza alta y el firme propósito de dejarse ver y oír. La banda ha ganado en músculo y arrojo, y seguramente también en capacidad de seducción. De hecho, Toboso ya no parece tanto un émulo manchego de Jota como un Quique González menos predispuesto al circunloquio. De ahí que no sea difícil imaginar este Duelo de ronda haciendo fortuna en recintos festivaleros y, en general, contextos más eufóricos de los hasta ahora frecuentados. El día que sus vecinos murcianos de Viva Suecia los escojan como teloneros saltarán chispas: a Vermú se les han quedado hechuras de gente realmente cautivadora.

 

Dentro de ese contexto corajudo y ambicioso, los de La Roda han concebido Duelo de ronda como un álbum conceptual en torno a, literalmente, “una brecha entre lo rural y lo urbano”. Las 10 canciones relatan la historia de una separación circunstancial –uno de los miembros de la pareja habrá encontrado trabajo en la ciudad, imaginemos– que acaba convirtiéndose en recelo, suspicacia y, al final, abismo. No hay marcas de género ni geografía en el relato, lo que permite asumirlo con toda su amplitud. De ahí el aviso que escribe el propio grupo: “¿Los nombres? ¿El lugar? Nadie los sabe. Pero mira a tu alrededor porque quizá los tengas delante. O quizá debas mirar al espejo”.

 

Es un planteamiento hábil y asertivo, una apelación a la curiosidad del oyente, que en cualquier momento podría sentirse retratado en estas historias de incertidumbres y despechos. Y nada más nítido en ese sentido que la emblemática Somos desastre (Que te den), con su carga de furia nada contenida, aunque quizá las alusiones a “mirar mi Instagram” sí que definan un marco temporal que le resta al discurso una parte de encanto. Ese que sí tienen otras muchas pinceladas del relato, salpicado de alusiones costumbristas (los Talgo, el ascenso del Alba a primera) y bellos ejemplos de negrura y tormento en estas cosas del (des)amor: “En tu puerta has puesto un cado permanente / y entre tú y yo una torre de alta tensión” (Escombros).

 

Solo podemos intuir que el propio Daniel Toboso, además de autor, es protagonista en primera persona a tenor de esas “seis letras de mi nombre” que salen a colación con En esta ruina. Y solo nos queda la duda de si, en esa efusividad noctámbula y enérgica (La ronda), no se habrán atenuado un poco esas singularísimas apelaciones folclóricas, que aun así afloran en los aires de rondalla de la mencionada Somos desastre o en los compases ternarios de Envido y truco o Me va quemando, esta enriquecida con unas percusiones tradicionales muy del gusto de quienes habrán tenido a Eliseo Parra en su discoteca de cabecera. Queda claro, en cualquier caso, que Vermú es de las mejores cosas que le ha sucedido al rejuvenecido rock de este país, sobre todo porque aúnan discurso, personalidad propia y, ahora más que nunca, una arrolladora capacidad de persuasión.

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