Hay muchos discos en directo puramente circunstanciales: postales para hacer más llevaderos los lapsos entre álbumes con material de estreno, meros pasatiempos para seguidores insaciables, rutinas en la maquinaria fonográfica. No es el caso, desde ninguna de las perspectivas, de este Bailando hasta el apagón, entrega no ya sustancial sino anhelada y necesaria. Y testimonio para la eternidad de una noche no ya memorable, que lo fue (y aquí se percibe mejor, en muchos sentidos, que quienes lo vivimos el pasado 24 de junio), sino probablemente irrepetible, en vista de la singularidad de una gira reconcentrada y multitudinaria en la que los vetustos se reforzaron con la honda sabiduría castellana de El Naán y los cánticos ancestrales y repiqueteo de panderetas de las gallegas Aliboria. De seis a 12 efectivos en el escenario: nada mal.

 

Merece la pena Bailando…, sobre todo, porque inmortaliza un sonido apoteósico que in situ no lo pudo ser tanto, a la vista de que el madrileño Estadio Metropolitano es una virguería a los ojos de la ingeniería y la práctica del fútbol profesional, pero sin ninguna vocación, en términos acústicos, de albergar grandes eventos musicales. Desde la grada, aquel concierto se paladeó muy por encima de la media en el recinto, que ha acogido noches pesadillescas a efectos de sonorización (Bruno Mars, Manu Carrasco) y este verano pasado dejó holgado margen al disfrute en carne propia. Pero el primer disco en directo con remite desde este nuevo coliseo madrileño no solo es un primor técnico –que también–, sino la ocasión de redimensionar el reciente y soberbio Cable a tierra (2021), el quinto y más atípico trabajo en estudio de los madrileños, ese en el que, contra todo pronóstico, miraron hacia las enseñanzas de los músicos tradicionales para tomar impulso y llegar aún más lejos. Para saltar bien alto sin perder de vista el suelo, la esencia, los orígenes. Lo que de verdad importa.

 

Todo ese discurso es muy infrecuente en una banda de rock con guitarras y electrónica que llena estadios y pabellones como parte de su modus operandi cotidiano. Y ahora, solo un año más tarde de aquel Cable…, se apuntala con una recreación aún más sólida y pulida, todavía más convencida y convincente. La interacción entre esos Naán de Panaderas de pan duro y la piedra angular de Finisterre, la canción a partir de la cual los vetustos concibieron este nuevo consejo de sabios, es uno de esos momentos imborrables para la historia reciente de la música popular en español. Igual que la inesperada irrupción del rapero argentino Wos en, precisamente, Consejo de sabios: nadie había avisado, casi nadie sabía quién demonios era él, pocos imaginaban a un rapero en escena… y todos salieron fortalecidos y engrandecidos del reto.

 

El destino quiso que “Bailando hasta el apagón”, el célebre verso de Valiente, se hiciera carne, realidad y pesadilla en El hombre del saco, solo la cuarta canción de la noche. La corriente eléctrica se fue al traste en todo el escenario, ante 35.000 atónitos testigos y sin posibilidad de recuperar la interpretación en una segunda noche, pues nos encontrábamos ante una fecha única. La decisión de la banda de incluir, con todo, ese minuto y medio de canción interrumpida por la fatalidad y continuada por las gargantas de los asistentes es insólita, arriesgada y seguramente discutible, porque tras la primera escucha siempre entrarán ganas de saltar ese corte maldito. Y, con todo, el valor documental del episodio es tan insólito y encantador que se acaba comprendiendo el indulto. Y el refrendo de que todo, en aquella noche de calor y pasión, acontecía a tiempo real, sin componendas ni maquillajes, solo a golpe de guitarra, sudor y talento.

 

Todas estas cosas son las que siguen haciendo grandes a los seis músicos de Tres Cantos, el mayor motivo de orgullo que ha dado el pop-rock en España desde que cambiamos de milenio. Una banda que sabe cuál es su procedencia, que valora la humildad y el compromiso, que enarbola y desarrolla un discurso propio y que nunca se conforma con lo ya escrito, hasta el extremo de remodelar llamativamente para el directo un original, La Virgen de la Humanidad, que había sido publicado apenas medio año antes. La inquietud y la búsqueda los hacen ahora mismo únicos, y este tercer elepé oficial en directo, tras su sinfónico desde Lorca (2011) y el eufórico 15151 (2015), consigue encontrar hueco propio y justificación sobrada.

 

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