Albert Freixas es un músico a contracorriente que se aleja de todos los parámetros de la, digamos, viralidad moderna: repudia las redes sociales, evita las tentaciones electrónicas o ramplonas, apuesta por canciones sinceras (o sincericidas) y orgánicas como reflejo de su propia vulnerabilidad y persevera en una carrera extensa, honesta y bien interesante a la que hasta ahora no le ha sonreído la bendición del gran público, que directamente lo ignora todo sobre su existencia misma. Personal / Universal es un trabajo breve, bello, sentido, cálido y hasta contagioso con el que merecería salir de ese anonimato cruel con el que los algoritmos condenan a quienes no asumen los postulados de las grandes corrientes. Quizá siga sin universalizarse un trabajo tan personal como este, pero que no deje de constar en acta nuestra complicidad con su causa.
Freixas es natural de Sabadell y, lejos de mudarse a la capital catalana, encontró acomodo vital en el pequeño municipio de La Garriga. Contabiliza los cabellos por canas, tampoco disimula el tono clamorosamente níveo de la barba a sus 45 otoños y, llegados a este cuarto álbum en solitario, ha cambiado el inglés por el catalán como vehículo de transmisión para fragilidades, declaraciones de amor en clave familiar y desapegos hacia el trajín alborotado, inmisericorde y superficial de la vida moderna.
Mejor desconectar de todo durante media hora, que no es tanto pedir, y caer en el manto seductor y envolvente de Un moment clau, el homenaje clamoroso a los tiempos de Motown con M’emociono, la exquisita elegancia del pop con sintetizadores en Tu manipules (“Ya no intento agradar a todo el mundo”). O el pellizco de blues eléctrico que sirve para sazonar Pantalles, el capítulo más abiertamente crítico con la vida moderna.
El soul más prístino le sale de carrerilla a esta especie de Terence Trent D’Arby (Una gran baralla, Tot el que desitges) al que la genética debería haberle designado ojos azules, un compositor cercano y cálido que sabe hermanar guitarras y sintetizadores, arropar su garganta fina con abundantísimas segundas voces y arreglar unos metales sencillos con las enseñanzas adquiridas a partir de los álbumes de Van Morrison. Ganémosle el pulso a la lógica impúdica del mercado y divulguemos la buena nueva de este soulman periférico y atípico: tras Oopalana (2018) y Chroma (2021), la cosa pinta ahora todavía mejor.
Me gusta mucho el termino que has usado “Sincerizida” Todavía hay artistas que fuera de las redes sociales hacen cosas de verdad y no se mide su música por los seguidores que tiene.
Muchos artistas se suicidan, musicalmente hablando, al apostar por ser uno mismo y por su sinceridad musical.
Felicidades por estas apuestas!
Me alegro mucho de tu comentario, Carlos, y de la complicidad que transmite. El término de “sincericidio” no es invención mía, desde luego, aunque todavía no figure incluido en el Diccionario de la Real Academia (me consta que, como tantos otros neologismos, se encuentra en estudio). Va estando documentado en múltiples lugares e incluso da título a una canción bastante conocida de Leiva.