Existen pocos casos tan pintorescos y atípicos en la música de la Costa Oeste, y hasta puede que en los anales mismos de la cultura popular, como el de Buckingham Nicks (1973). Stevie Nicks y Lindsey Buckingham eran aún unos tortolillos pipiolos cuando protagonizaron este debut discográfico al alimón, un pequeño tesoro de folk-rock que no debería habérsele pasado por alto a casi nadie. Sucedió justo al contrario, pero aquel descarrilamiento, ya lo saben, les acabaría abriendo inopinadamente de par en par las puertas de la gloria…
Los había fichado una multinacional poderosa, Polydor, y la colección de composiciones originales les avalaba clamorosamente a los dos como autores de potencial más que evidente, pero aquel álbum solo generó una densa y manifiesta indiferencia. La disquera ya no se molestaría en intentar sacarlo del ostracismo y aún hoy es el día, cincuenta y tantos años más tarde, en que ese trabajo sigue sin figurar en las plataformas de streaming, no conoce reediciones y ni siquiera ha gozado de publicación en formato cedé, lo que lo convierte en objeto de deseo entre coleccionistas. Pero, como es público y notorio, entre sus escasos escuchantes y admiradores primigenios figuraba un tal Mick Fleetwood, que fichó a la pareja para que se incorporara a unos Fleetwood Mac por entonces casi desahuciados. Y el resto es historia: el quinteto mágico de Fleetwood, John McVie, Christine McVie y estas dos jóvenes e impensables incorporaciones acabarían dando forma entre 1975 y 1987 a cinco álbumes exitosísimos, Fleetwood Mac, Rumours, Tusk, Mirage y Tango in the night, que sustentarían la época dorada de una de las bandas más exitosas y admiradas del planeta.
¿Qué pensar, en consecuencia, de Buckingham Nicks? Ante todo, que nos hallamos ante una anomalía, pero también ante una preciosa colección de canciones cándidas, primorosas y deslumbrantes que casi nadie tiene presentes, puesto que solo podemos explorarlas a través de YouTube o tostados piratas. Y ante un caso tan insólito, nada mejor que una idea heterodoxa para propiciar una reinvención impensable. Así, medio siglo y un año después surge otra pareja que, sin tener demasiado que ver con Stevie y Lindsey, retoma aquel elepé íntegro y lo “reimagina” desde la primera canción a la última, un tipo de homenaje infrecuente y reservado, por lo general, a cúspides creativas y demás obras bendecidas por la historia y las aureolas míticas.
Nadie habría imaginado, en suma, este Cunningham Bird, trasunto minucioso de un álbum de existencia fantasmagórica y reverencia por parte de dos grandísimos músicos que, sin tener demasiado que ver con aquellos genios incipientes de la efervescencia californiana, admiran su trabajo y sin duda han aprendido de sus hechuras como compositores. El compositor y violinista Andrew Bird, hombre de sensibilidad extrema, saca 23 años a la deslumbrante cantautora californiana Madison Cunningham, pero la química entre ambos se torna brutal desde la misma casilla de salida, ese Crying in the night que ya nos marca las claves: relativa fidelidad a los originales, finura acústica, armonías vocales tan primorosas como las de sus predecesores y una pátina ligeramente más campestre que la de 1973, sobre todo porque el violín de Bird siempre aporta un frescor más herbal y mañanero.
Es el momento de reparar, para quien no las conociera, en enormidades de Buckingham como Don’t let me down again o Without a leg to stand on, y en ese absoluto prodigio de Nicks, Crystal, que reaparecería con todos los honores en Fleetwood Mac (1975) y que por eso consta como la única página del todo ilustre de Buckingham Nicks. Y ese es el motivo, a buen seguro, por el que Madison y Andrew se permiten mayores libertades en la reinvención, que difumina la línea melódica original para volverse más etérea y misteriosa, pero manifiestamente bella.
La química, en suma, es tan palpable y evidente entre Bird y Cunningham que lo que podría pasar por mero divertimento se convierte en esperanza de cara a que la alianza se reedite. Les toca pasar a la acción a ambos y repetir ahora el tándem con composiciones originales. En vista del resultado adorable de este Cunningham Bird, la idea misma nos deja con los dientes largos.