Lo de la eclosión cromática ya servía como referente gráfico para la portada de Embruxo (2021), la anterior entrega de Baiuca, y la metáfora de los colores a tutiplén sigue encajándole como un guante a esta nueva obra del pontevedrés Alejandro Guillán, un trabajo que es a la vez prolongación y evolución. Una virguería a la hora de mantener el criterio con los equilibrios de línea finísima: Barullo es, en efecto, un álbum más arrebatado y palpitante que sus hermanos mayores, pero no deja de sonar a Baiuca desde los primeros segundos; y a la vez mantiene un pie en la tradición más ancestral y el otro en el futuro pluscuamperfecto de la tecnología sin que ambos pálpitos colisionen o se desparramen. Al contrario: aquí asientan de manera definitiva una convivencia casi fraternal, una cohabitación a la que contribuye no poco la cacharrería de percusiones tradicionales que colecciona mejor que nadie el coruñés Xosé Lois Romero.

 

Así es el cerebro de los tipos lúcidos, y Guillán siempre tuvo algo de luminaria. El bagaje adquirido en este último lustro largo le ha servido para afianzar habilidades y perfeccionar conocimientos, y en ese sentido Baiuca no pierde frescura sino que gana solvencia. Cada vez es más profundo y sutil, y todo ello le hace aún mejor. Barullo suena (aún) más bailable y a club que sus predecesores, más paneuropeo y sofisticado sin que en ese delicado juego de los porcentajes y las dosis se pierda un ápice la esencia de la galleguidad. Porque los abuelos de Alejandro tararearían estas melodías fabulosas y antiquísimas, por más que no entendiesen ni media palabra de sus flamantes nuevos envoltorios.

 

Olvidémonos de regionalismos porque el de Catoira, como buen hechicero, es de los que erige un discurso global a partir de lo más próximo y enraizado. Y resulta curioso comprobar cómo su mejor aliada en esta aventura es Antía Ameixeiras, la mitad de las espléndidas Caamaño & Ameixeiras, otra milenial con pocos años y muchos menos prejuicios que exprime su voz dulce, enraizada y vaporosa para una especie de trilogía que se convierte en espina dorsal del elepé, puesto que Sísamo, Sementei Xoia figuran entre lo mejor –y quizá nos sobre la preposición– de la singladura. De hecho, Carlangas no brilla tanto cuando le corresponde el turno con Monteviso, aunque la perla es lo bastante incontestable como para no abundar en la sensación de regocijo.

 

A estas alturas, en suma, no hay quien le tosa a nuestro gran hechicero de la folktrónica gallega. Barullo no es una revolución, pero sí un refrendo. Ilusiona por su finura, porque la electrónica nunca es gratuita ni pretende abrumar ni avasallar, sino sumarse a la causa. Crece en todo, mejora lo ya conocido, despedaza las escasas fronteras que pudieran permanecer aún en pie. Y en ausencia de ellas, solo el cielo se perfila como límite plausible.

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