El jazz que enarbola la flautista Carmen Vela es moderno, preciso y exigente con sus intérpretes, pero también vitalista y luminoso, tan cálido que a veces tendemos a pensar que su escucha nos hace un poco mejores. Porque es rico en melodías ocurrentes y afectuosas, pero ni incurre en obviedades ni da pábulo a ese viejo y horrendo prejuicio de quienes atribuían a la flauta la condición de instrumento intrínsecamente femenino. Estas nueve composiciones inspiradas y habilísimas aúnan la lírica y la firmeza, de la misma manera que la batería de Gonzalo Maestre (siempre discreto, siempre grande) aporta al conjunto un sustento musculoso con la pegada de unas baquetas que aquí, durante estos 40 minutos de gozo no dejan apenas margen a la caricia de las escobillas.
“Soy una mujer esperanzada porque me crie en un ambiente en el que se relativizaban los problemas y se solucionaban los conflictos mediante el debate, sin criticar a nadie ni pegar gritos”, explicaba Vela hace ahora tres otoños cuando debutaba discográficamente en primera persona con aquel álbum, Camina, del que este En continuo se convierte ahora, en efecto, en prolongación y refrendo. A sus 45 años, esta eminencia en los círculos docentes e hija única del venerado crítico de música clásica Juan Ángel Vela del Campo ha sido capaz de encontrar una sintaxis característica en este jazz afable y a la par vigorosa, trepidante como corresponde a su ADN urbano (Madrid en continuo sirve como el testimonio más palmario en esa dirección), pero con espacio para formulaciones más absortas, como ese precioso motivo circular que recorre Humanos, o para indagaciones más contemporáneas (Ciudades) o guiños al lenguaje del flamenco en Jaleolé, que por primera vez indaga en el universo de la voz humana pero opta por el tarareo para que ninguna aportación articulada desdibuje la finura de todo este universo instrumental. Y si la fina y espléndida Sheila Blanco es la encargada de abordar tal cometido, todo termina yendo a mejor.
Otra aportación femenina, joven y sabiduría precoz, la trompeta de Andrea Motis, se incorpora a Montañas para abordar un diálogo extraordinario, quizá el mejor del disco, con una Vela que en ese punto orilla la flauta para priorizar un clarinete al que tendrá que terminar sacando más provecho en sucesivas incursiones discográficas, porque su soplo inspirado bien lo merece. Hace fácil lo difícil Carmen, que propicia la vivacidad y el amor propio. Incluso, aunque como la muy dinámica, bella y agitada Incerteça demuestra (con tenue inflexión carioca), nunca podamos tener todas las garantías de nuestro lado en este mundo tan azaroso y endemoniado. Que no nos falten, al menos, albergues del alma como este que aquí ha formulado una mujer cada vez más necesaria para el jazz peninsular y europeo.