Canciones inestimables es una rareza por partida doble. Y hasta triple. Lo firma una de las bandas más atípicas del panorama español, estos Club del Río que exacerban la tan necesaria (y remolona) sensibilidad masculina y llevan ya una década larga ofreciendo pasajes –y paisajes– de una exquisitez melódica y una vocación bucólica muy infrecuentes, cuando menos por estos lares. Pero supone una extraña y puntual reformulación del colectivo, un sexteto de sonido compacto, orondo y minucioso, con su rutilante sección de metales y el aderezo de unas ricas percusiones, que por voluntad propia decide jibarizarse esta vez y reducir la propuesta al mucho más esencial y desnudo formato de trío, con apenas unas guitarras acústicas, pianos y las voces entrelazadas de los tres cantantes y colíderes del grupo como únicos argumentos. Y a todo esto, el resultado, esas siete canciones que apenas sobrepasan los 26 minutos, no sabemos bien si considerarlo un elepé breve o un epé generoso, ahora que las fronteras entre ambos formatos parecen más difusas que nunca.

 

¿Era necesario recurrir al “menos es más”? O, formulando el interrogante de otra manera, ¿ha sido buena idea renunciar a una parte significativa de los efectivos y, en consecuencia, atributos y poderío de este Club? De entrada la decisión puede parecer dudosa, o cuando menos desconcertante, pero el resultado es absolutamente encantador. Sobre todo porque Canciones inestimables, por hacer bueno su enfático y nada modoso título, suena esencial y desnudo, pero no desarropado. Acaricia igual que sus antecesores, pero con un tacto más terso  y sutil. Y varios de sus nuevos títulos, en particular Antes nubes, Desde el amorSal a pasear, merecen hueco entre lo mejor(císimo) que han concebido los madrileños en sus dos lustros y pico de historial.

 

Esteban Bergia, Álvaro Ayuso y Juan Espiga se enfrascan así en un duelo a tres bandas del que salimos particularmente bien parados los oyentes. Las apelaciones a unos Crosby, Stills & Nash ibéricos se vuelven casi automáticas, sobre todo en esta formulación adusta y minimalista: es casi imposible no conmoverse con esa manera de empastar las voces, como si la sierra madrileña se hubiese transformado en un nuevo Laurel Canyon. Pero tampoco hay que fijarse solo en referentes a orillas del Pacífico: quienes guarden en la memoria el fabuloso, homónimo y casi olvidado debut de los también madrileños La Romántica Banda Local (1978) comprenderá que la huella de los excéntricos Fernando Luna y Carlos Faraco aún sigue presente en las calles de la ciudad.

 

El carácter anómalo de la entrega se acentúa por el hecho de que sus dos últimos cortes son en realidad reelaboraciones para trío de sendos temas del álbum anterior, Todo alrededor (2024), y que aquí pasan a titularse Álma cándida II y Cerca de aquí II. Todo parece indicar que este es un divertimento colateral, un paréntesis para desengrasar la propia maquinaria y dinámica de la banda, quizá a riesgo de alguna suspicacia interna. Pero sería un pecado desestimar estas canciones, porque, además de inestimables, también tienen mucho de adorables.

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