Es asombroso, insólito y hasta fascinante que una grabación de este valor artístico, histórico y testimonial haya permanecido extraviada en algún cajón durante 55 años, pese a que el registro se realizó en ocho pistas y la calidad de sonido es entre óptima y excelente durante casi toda esta hora y cuarto de bendición para los oídos. Pero la realidad se explica a menudo desde el capricho, la documentación de episodios relevantes depende en buena medida del azar y la trascendencia de este episodio la avala el hecho de que Stephen Stills y Neil Young hayan querido supervisar personalmente la limpieza y edición de las cintas originales, preservando todo su sabor analógico y huyendo de maquillajes. Lo que escuchamos es el testimonio crudo e imperfecto, pero soberbio, de cuatro criaturas en sus veintitantos que podían brillar de manera muy evidente por cuenta propia, pero cuyo talento se fortalecía y multiplicaba exponencialmente cuando decidían reunirse en torno a unos pocos metros cuadrados de escenario.
Aquel 20 de septiembre de 1969, fecha del último de los conciertos en el mítico y efímero Fillmore East neoyorquino, había transcurrido poco más de un mes desde la comparecencia del cuarteto en Woodstock, Neil Young ejercía aún de recién llegado y la magia de aquel mágico póquer vocal aún se encontraba en proceso de fijación, pero aquellos cuatro tipos se sabían brillantes y, sobre todo, hambrientos de grandes conquistas artísticas. Lo más maravilloso de un concierto como el que ahora descubrimos, tan lejos de lo impoluto, es precisamente esa sensación de que David, Stephen, Graham y Neil se sabían capacitados para comerse el mundo y obraban en consecuencia.
Los 11 primeros cortes, en formato acústico, son perfectos para comprender ese hechizo seguramente irrepetible y, sobre todo, esa química. El trío original exprime el repertorio de su trabajo inaugural, el homónimo Crosby, Stills & Nash, que había hecho comparecer ante su cita con la historia en mayo de aquel mismo 1969. Acontecen momentos fabulosos en Helpessly hoping, Guinnevere o Suite: Judy blue eyes, donde, por cierto, las armonizaciones vocales difieren en parte de las que conocíamos. Ocurren incluso interrupciones propiciadas por la risa, esa conexión de unos amigos felices y emocionados en torno a unos pocos micrófonos. Y surgen regalos como esa mirada al Blackbird de The Beatles, aquel monumento de McCartney que no podía haber acabado en mejores manos. Ni gargantas.
Son momentos de efervescencia creativa y mental, un estado de plenitud en el que a nuestros protagonistas se les agolpan las ideas. A Neil Young se le nota feliz aportando I’ve loved her so long, de su primer y homónimo elepé en solitario (1968), pero nada le emociona tanto como sentir que, con Stephen Stills cerca, el espíritu de Buffalo Springfield reverdece. El propio Stills ya se trae entre manos la contemplativa 4 + 20, que muestra en solitario meses antes de que el mundo la conociese en el primer álbum del cuarteto como tal, Déjà vu (1970). Pero no hay nada tan excitante como asistir al estreno de la también entonces inédita Our house, que Graham Nash desgrana, solo frente al órgano, casi tembloroso a sabiendas de que su musa, Joni Mitchell, contiene la respiración entre el público.
En la segunda mitad se incorporan Greg Reeves (bajo) y Dallas Taylor (batería), los chicos enchufan los instrumentos y en ese formato eléctrico se multiplica la excitación con unas lecturas sensacionales de Long time gone o Sea of madness, que Young había exhibido en Woodstock pero que nunca llegó a oficializarse en el estudio. Pero el gran momentazo llega cuando el cuarteto/sexteto le hinca el diente a Down by the river, del segundo elepé de Neil (Everybody knows this is nowhere), y todos aprovechan para explayarse durante 16 minutazos libérrimos de jam session de fuego puro.
Todo el prodigio de estas cuatro criaturas ante el público quedaría inmortalizado para la posteridad en el clásico doble álbum en directo 4 way street, registrado a lo largo de 1970 y publicado en 1971, una versión superior y definitiva de lo que en septiembre de 1969 aún se estaba gestando. Pero este Live at Fillmore East, 1969 no es solo un capricho para completistas, sino un episodio iniciático y, desde luego, sensacional.