No se lo van a creer, pero hemos tenido noticia de un grupo musical en España que va acercándose ya a los 15 años, ¡15!, dedicándose exclusivamente a eso, a hacer música. Buena, muy buena, puede que cada vez mejor. El suyo es un nombre extraño, por repetido; seguramente fruto de alguna chanza privada, porque resultan ser gente risueña y buena. Y a sus artífices no se les conocen estudios de mercadotecnia, alardes fotogénicos, experimentos virales en las redes de la vanidad, manejos de autotunes ni de otros caparazones eléctricos o electrónicos que sirvan para disimular carencias y camuflarlas como hitos de la modernidad. Qué va. Fetén Fetén solo saben dedicarse a lo suyo. Pero son buenos hasta ese punto al que ni siquiera la hipérbole alcanza.
En cierta ocasión se les preguntó a Jorge Arribas y Diego Galaz por el número de instrumentos que sabían tocar cada uno de ellos con un mínimo de solvencia. ¿Cuatro, cinco, diez? Cuentan que se les dibujó un gesto abrumado, como aquel a quien se le acaba de formular una pregunta de complejidad extrema y suplica que le eximan de responder. Al final, y por toda contestación, optaron por un leve encogimiento de hombros. No era jactancia, desde luego, sino pura humildad. Nunca se les había ocurrido hacer la cuenta o barruntar que semejantes habilidades y sabidurías merecieran ser numeradas o implicasen un valor excepcional. ¿O es que acaso un artesano se detuvo alguna vez a contabilizar cuántos cachivaches habían acabado encontrando acomodo en su mesa de herramientas?
Los instrumentos musicales, a ojos de nuestro tándem, no son material para el pavoneo, sino artilugios destinados a la expresión más trascendente y profunda, los legatarios de una herencia fundamental que nos confiaron nuestros tatarabuelos. Por eso no hay afán de numerar ni competir, porque ni la belleza ni el talento pueden cuantificarse o fluctúan en función de los vaivenes del Ibex 35 o los designios del Instituto Nacional de Estadística. Existe solo la responsabilidad profunda con esas voces y pueblos que nos antecedieron; el compromiso íntimo de mantener viva esa cadena de transmisión de las emociones.
Solo esa convicción, la de eslabón en una preciosa línea de aprendizaje a lo largo de la historia, permite a Diego y Jorge ser tan serios, rigurosos y concienzudos con su trabajo, pero a la vez tan divertidos y pertinentes para una misión especial más que difícil: la expansión contagiosa del bienestar. Solo la efervescencia de Fetén Fetén cuando hacen sonar su arsenal de instrumentos, cuando ponen a girar su particular manivela de los sueños, es capaz de competir con los virus modernos (biológico o digitales) en velocidad de expansión. Con la inmensa ventaja en su caso –y benditos sean los dos por ello– de que no se han descrito contraindicaciones para su medicina. Porque estos dos mocetones de esa Castilla no tan vieja como sabia deben de ser ahora mismo los únicos, en este mundo desquiciado y demente en manos de unos cuantos césares imperiales, a los que por el momento no les han surgido negacionistas.
Ahora les ha dado por concederse este pequeño homenaje: regalarse y regalarnos su primera obra a 33 revoluciones, un estreno en vinilo fardón –o fetén– que en realidad no es sino antología o grandes éxitos para disfrutar en crepitante tocadiscos y con los tímpanos dándonos vueltas de alta fidelidad y pura felicidad. Porque esta gente atenta, sagaz, noble, brillante y cercanísima atesora ya unos cuantos éxitos incontestables, no se van a creer, como podrá corroborar cualquiera que a la salida de uno de sus conciertos se haya pasado todo el camino de regreso a casa tarareando el Vals para Amelia, Paquita en las Ramblas o, claro está, la Jota del wasabi, el único de los cortes reverdecido para la ocasión. En este Florilegio nos lo encontramos bajo el nuevo título de Banbukin jota y apuntalado por los txalapartaris de Oreka Tx, otros que también llevan sus buenos trienios cotizando en los territorios de las músicas heredadas y esenciales.
Ojalá el efecto benéfico de este bálsamo instrumental (salvo los Tanguillos chicucos, con la voz amiguísima de Javier Ruibal) se prolongue durante muchos años, irrumpa en el torrente sanguíneo de nuevas generaciones y vaya conociendo otros apóstoles dispuestos a prolongar la línea sucesoria. He ahí, bien pensado, otro buen motivo para que Galaz y Arribas, nuestros amigos de Gamonal y Aranda de Duero, sigan sin despegar los pies del suelo por muy fuerte que les resuene el eco de los aplausos. Mientras la humanidad dedica ahora colosales esfuerzos a la expansión de la bilis o el desprecio al prójimo, los que nos antecedieron eran capaces de tallar con la navaja una simple caña y aventurarse, con esa flautilla improvisada, a la conquista de corazones propios y ajenos. Aquello sí que era tirarse al monte. Menos mal que unos pocos valientes como Diego y Jorge, Jorge y Diego, han decidido perseverar en las expediciones por esas mágicas veredas de los montañeros.
Excelente reseña, como siempre!! Un disfrute leerla y seguir consejos tan atinados como este.
Me faltan palabras para describir lo agradable e interesante del texto que acabo de leer.
Un saludo para todos !!
Qué amable, Antxon. Muchas gracias por leer y compartir tus impresiones.