A Germán Díaz siempre le hemos catalogado como uno de los zanfonistas más doctos, imaginativos cualificados del panorama europeo, cosa que sigue siendo muy cierta y relevante, pero hace tiempo que esa definición se le queda corta. El sobrino del ilustrísimo folclorista Joaquín Díaz es también un estudioso de la tradición y la antropología, un chaveta maravilloso en el arte de descubrir instrumentos estrafalarios (lo de sus cajas de música programables es un filón adictivo) y un compositor demasiado ocasional pero libérrimo, laberíntico y deslumbrante (por favor, escuchen esa locura de jazz de manivela a lo Penguin Café Orchestra que se titula Los cacahuetes del España). Y en casos así de inquietud e insaciabilidad, acaba sucediendo que los geniecillos buscan, encuentran y se alían y entrelazan con otros geniecillos, y ese es el papel que encarna en esta historia Benxamín Otero, oboísta y maestro en el conservatorio de Lalín, además de corno inglés y otro entusiasta de las cajitas antedichas.
Juntos ya urdieron Trece cancións bonitas hace seis temporadas, y qué bien que se quedasen con ganas de retomar la aventura, porque esta prolongación llega aún más lejos (sobre todo, por sus fascinantes conexiones con la música india), agranda el foco y ensancha las posibilidades de la alianza incluso en sentido literal. Que no le pase a nadie inadvertida una travesura de estos diablillos, que insisten en el “trece” para el título pero no tienen reparo en ejercer de mentireiros y deslizar 15 cortes en el cedé que acompaña al vinilo, con las Muiñeiras de Florencio y la Suite de polskas como sabrosos e inesperados regalos digitales (en ambos casos con el concurso del clarinete bajo de Pablo Pascual, de Marful).
La apuesta por el vinilo con el cedé incluido –la mejor presentación en formato físico del mundo mundial–, las sutiles variaciones en la portada de ambos formatos y hasta la reordenación de los cortes en una y otra versión corroboran ese ánimo lúdico y agitado de un dúo incapaz de estarse quieto, en cualquiera de los sentidos de la expresión. Y eso es lo que hace tan atractiva la propuesta de un vallisoletano afincado en Lugo y un gallego que, como su socio, ama la tradición local pero desconoce la existencia de fronteras y se niega a aceptarlas como pauta a partir de la que multiplicar las posibilidades de su universo creativo. La incorporación hasta en cuatro piezas de la excepcional cantante india Vidya Shah, reverenciada en la música hindú y apenas conocida por estos lares, aporta una dimensión desconocida y sorprendente, por cuanto es el propio Díaz quien compone una raga como Dil y anima en Kamala a que su invitada se adentre por territorios cercanos al canto bifónico.
La escritura de Germán otras veces es de una serenidad conmovedora, como en Tariga. Pero el componente folclórico gallego sigue siendo el ingrediente primordial, más allá de que el tratamiento sea heterodoxo y a ratos místico (grabar en la capela de Santa María de Lugo tiene que dejar impronta). Y de que el propio Díaz ejerza como vocalista en el precioso Canto de romería.
Si creen que lo habían visto y oído todo, lleguen hasta el final de Trece cancións bonitas (sean 13 o 15, ya decíamos). Ahí se encontrarán con la sorpresa colosal de que Germán ejerza de ¡cupletista! con La chica del 17, una pieza bufa que popularizó Lilian de Celis y terminarían interpretando desde Olga Ramos a Marujita Díaz o Lina Morgan. ¿A que eso no figuraba en ninguno de sus cálculos? Es una trastada final que dura menos de dos minutos, pero de la que todos salen airosos y simboliza la absoluta carencia de prejuicios por parte de una pareja que bien podría rivalizar –cordialmente– en bonhomía y excelencia con nuestros amados Fetén Fetén.