No había hueco en The Velvet Underground para dos genios en la misma mesa, así que la disolución prematura de aquella irrepetible sociedad que integraron Lou Reed y John Cale era tan inevitable como lógica la opción de que el primero, que ejercía de rockero underground, fuese quien permaneció en primera instancia en el barco mientras el segundo, un refinado emigrante galés que provenía de los doctos círculos cultos y experimentales, tuviera que buscarse la vida por su cuenta. La sorpresa provino al constatar que John Davies Cale no era necesariamente el chico raro, indescifrable, huidizo y misterioso del portal que baja la mirada en el ascensor con tal de evitar el escrutinio ajeno.

 

Casi nadie esperaba en 1973 un disco tan límpido, sentimental y hermoso como Paris 1919, pero aquella colección nos redimensionó a nuestro protagonista en unas coordenadas adorables. Y ahora esta reedición ampliada con un buen puñado de tomas alternativas y rarezas de distinto pelaje nos permite constatar un diagnóstico que podíamos tener algo debilitado en la memoria, teniendo en cuenta que esta pequeña, preciosa y distinguida joya llevaba largos años desaparecida de la circulación.

 

Los juicios apriorísticos podían dar por buenos discos marcianos a la manera de The academy in peril (1972), un hueso tan duro de roer como cabría esperar de un discípulo de La Monte Young y que también es ahora objeto de una nueva edición remasterizada, aunque en su caso sin apenas material extra. En cambio, Paris 1919 era una obra deliciosa y de accesibilidad instantánea, más allá de que su firmante ejerciera la distinción cultureta con un buen número de alusiones literarias de primer nivel, desde Shakespeare (hay un corte dedicado a Macbeth) a un Graham Greene que escribimos en cursiva porque así se titulaba la séptima pieza de la colección. Pero el trasfondo es el de una obra pastoral y acústica a la que se engalana con unos arreglos de cuerda tan comedidos como rigurosamente elegantes. Y en la que se nota mucho el ascendente de Chris Thomas, productor por entonces habitual de ¡Procol Harum! y sorpresiva elección de John Davies para redondear un disco afable y sibarita; a ratos atemporal y, llegado el caso, felizmente anacrónico.

 

Nunca Cale quiso volver a pasar por el filtro de Canterbury o el pop progresivo, pero su voz volátil hacía muy buenas migas con aquellas páginas entre la candidez y el ensueño. Eran evocaciones idealizadas desde un romanticismo de postal, pero también de postín, como esa visión romántica de la preciosa Andalucía que casi dos décadas más tarde hechizaría a los neoyorquinos Yo La Tengo. Todo iba como la seda porque, entre otros pequeños detalles, la guitarra recayó en los dedos de ese genio efímero llamado Lowell George (Little Feat), pero la propia escucha del material ahora desempolvado para los cortes inéditos nos coloca en un entorno de creatividad sosegada, de dulce ausencia de objetivos inaplazables y urgentes. Por eso este disco encantador y casi olvidado reflota ahora como el mejor álbum imposible de 2024.

 

 

 

 

 

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