Habrá faltado la sangre, pero seguro que hubo mucho sudor y hasta alguna que otra lágrima durante la gestación de Tinta y tiempo, el trabajo con el que Jorge Drexler pone fin a un silencio discográfico que rozaba ya las cinco temporadas. Lo barruntábamos por la tardanza y lo admite el propio artista uruguayo en las notas interiores del trabajo, generosas, lúcidas y sinceras; la constatación de que la pandemia, de una manera u otra, nos ha cortocircuitado las entendederas a todo hijo de vecino.
Lo bueno, en este caso, es que el desconcierto, la congoja y la zozobra han acabado desembocando en el mejor trabajo de Drexler quién sabe si en lustros o hasta en toda su carrera. Superior al antecesor inmediato, Salvavidas de hielo (2017), brillante pero demasiado circunscrito al capricho de que en él solo escuchásemos guitarras; mucho más variado que esa exaltación rítmica ensayada para Bailar en la cueva (2014) y muy por encima, desde cualquier ángulo, que aquel Amar la trama (2010), uno de los escasísimos elepés de Jorge del que no era fácil enamorarse.
Tinta y tiempo surge, parece ser, del bloqueo emocional y creativo, pero lo supera con una fulgurante eclosión de canciones variadas, condenadamente brillantes y casi siempre inspiradísimas. Drexler es hombre de dibujos melódicos a veces predecibles, dentro de la hermosura, pero nunca había aunado en el mismo plástico tantos modos de expresarse. Desde ese prodigio de soul de ojos azules que alimenta Cinturón blanco a los ritmos tradicionales del cono sur para Tinta y tiempo. Con escalas en la primorosa Duermevela, casi una canción de cuna que sirve, qué cosas, como carta de despedida a su madre, con el emotivo añadido de las voces blanquísimas y muy bien afinadas de los pequeños Luca y Leah Drexler. O en el pop suave, perezoso y adictivo para Bendito desconcierto, a medias con su paisano Martín Buscaglia.
Repite Carles Campi Campón en labores de productor, lo que asegura ese sonido moderno y sofisticado, pero con una presencia de la electrónica siempre sutil. Y constituye un festín manifiesto la presencia de la Orquesta de la Comunidad de Madrid en varias páginas, en particular la magistral El plan maestro (¡con Rubén Blades!), nuevo ejemplo de esa habilidad sencillamente única de su firmante para integrar el lenguaje especializado de la ciencia en las canciones de amor. Que son mayoría evidente entre las 10 que integran la obra, aunque su enfoque no resulte ni obvio ni redundante una sola vez. Se le canta al amor como colosal fenómeno genérico o como revolución inaplazable en el corazón del asaeteado por Cupido. Se quintaesencia el amor paternofilial en El día que estrenaste el mundo sin un solo miligramo de melaza, que siempre es el mayor peligro con este tipo de recetas. E incluso Tinta y tiempo acaba convirtiéndose en carta de amor hacia la música, como ese refugio inaprensible e inexplicable que nos hace mejores seres humanos y hasta aporta algo de luz y significado al misterio mismo de nuestra existencia.
A la modernidad contribuye también el rapeado en inglés con que Noga Erez salpimenta ¡Oh, algoritmo!, prodigio de rechifla, más jocosa que malévola, sobre cómo los pérfidos programadores terminan haciendo lo que les da la gana con nuestras listas de reproducciones digitales. Todo sería, en definitiva, ejemplar en este Tinta y tiempo de no ser por la obcecación de su artífice en torno a la figura de C. Tangana, una alianza que en El madrileño ya se sustanciaba con Nominao y que aquí se reedita con Tocarte. La confluencia de Jorge y Pucho recuerda a las comparaciones sobre Dios y los cuñados en la jerga coloquial, así que la confianza de un autor de las dimensiones de Drexler en el mayor trampantojo de la música popular del siglo XXI solo puede comprenderse desde la enajenación puntual o el empeño por alcanzar a una franja de público juvenil que probablemente no encuentre mayor interés en el resto del álbum.
Ni siquiera Tangana estropea del todo ese Tocarte, pero el álbum rozaría la matrícula de honor sustituyéndola por La guerrilla de la concordia, ese agradecido single de 2021 en clave de góspel que se quedó por el camino. Está visto que nadie ni nada es perfecto; ni siquiera este fantástico elepé.
El molde de C.Tangana me recuerda a una pandemia
“Solo puede comprenderse desde la enajenación puntual o el empeño por alcanzar a una franja de público juvenil.”
Ojalá el algoritmo nos libre de la banalización de la música de Drexler.
Algoritmo te oiga.
Amén.
Oh, qué alegría ver que alguien comparte mis pensamientos sobre Tangana.
Y sobre Drexler, que es lo que importa, una delicia volver a escuchar canciones suyas nuevas. Deseando perderme en sus juegos líricos… a ver cómo me maravilla esta vez 🙂
Te va a encantar, intuyo…