No es, no puede ser casualidad que Zahara ejerza de alguna manera el madrinazgo para este tercer trabajo de Nieves Lázaro y su distinguida nómina de cómplices, con Manuel Cabezalí (Havalina) y Víctor Cabezuelo (Rufus T. Firefly) compartiendo el mando de la producción. No lo es porque ya la misma pieza inaugural, “Amor lego”, parece salida de las sesiones de “Astronauta”, incluso con esos pesados bajos sintetizados que a Muse les acaban sirviendo para llenar explanadas. Hay mucho espíritu juguetón y lúdico en este “Pigmalión”, empezando ya por la tipografía “japonesa” de portada y continuando por la avalancha de colchones y motivos sintetizados que salpican sin ningún complejo todo el repertorio, de evidente vocación noctámbula y muy escasos remilgos estilísticos: Nieves tiene una dicción muy cercana a Christina Rosenvinge, mientras que el universo de sonoridades anhela abrazar el espectro que media entre, digamos, Depeche Mode y Warpaint. Y luego está esa atracción fatal hacia el reguetón, despojado (eso sí) de machismo y demás mugre: el interés por esos ritmos ya le sirvió el año pasado a Lázaro para urdir un minielepé de trasfondo travieso, “RGTRN”, y sus contenidos íntegro (“Alaska”, “Flores”, “Fiebre” y la estupenda “Rhinos”) se reaprovechan aquí. Es lo bueno de jugar a cambiar el paso: a veces el camino sigue por bifurcaciones insospechadas, desemboca en esos “cuadros imposibles donde yo quiero vivir” que menciona Nieves. Una mujer de recursos vocales limitados, porque no se trata aquí de abrumar a nadie con gorgoritos, pero con mucha capacidad para radiografiar ese mundo desconcertante y un poco absurdo que nos rodea. “Me siento poderosa, pero sé que estoy perdida en un escaparate de píxeles”, resume en “Planeta A”, acaso el mejor corte del disco. Y sí, va a ser eso.