Antes de pasar definitivamente página a 2024, reparemos en episodios, personajes y acontecimientos merecedores de foco y reconocimiento, por mucho que la mercadotecnia, los programadores de algoritmos y hasta el puro azar no les hayan hecho justicia. Y el angelino Loren Kramar habría de figurar, sin duda, entre esos grandes nuevos personajes del año, figure o no en los sacrosantos listados con los que las grandes cabeceras aspiran a sentar cátedra a la altura del mes de diciembre. Porque Glovemaker, este debut rutilante y conmovedor, tan proclive al exceso como sobre todo a la pura lágrima y la emoción desatada, nos coloca en bandeja tanto al artista como al personaje. A un tipo con el temblor en la garganta y una vis teatral y hasta vodevilesca que ni disimula ahora ni de la que debería privarnos nunca.

 

Estudiante de teatro y danza desde la más tierna infancia, niño asombrado que correteaba por los platós de la Warner gracias a que unos amigos de la familia tenían vínculos con los grandes estudios, flamante licenciado en Bellas Artes, joven que emprende la mudanza a la Gran Manzana para establecerse como escritor y director creativo en una revista digital. Así se escribe la biografía necesariamente singular de un compositor que ahora eclosiona, al fin, como un maestro de la afectación, el melodrama y el espíritu cabaretero.

 

Kramar tiene alma de arlequín contemporáneo, de anfitrión en fiestas con mucho glamour, champán y confeti en las que los invitados asumen la casi plena certeza de que les esperan muchas horas de risa y excesos como prolegómenos a una resaca amarga, pesada y jaquecosa. Y todo ello aflora en este primer álbum desde su fabuloso tema inaugural, ese Hollywood Blvd que es purito teatro, proclama de orgullo en primera persona, apología del colorete y el rímel.

 

Hay quien ha creído advertir en su garganta una vibración pareja a la del mismísimo Cat Stevens, un parentesco improbable que solo avala alguna balada puntual, como 15 years. En realidad, Loren se acerca más a un cruce tímbrico entre Anohni y Aaron Neville, o a un familiar cercano de Perfume Genius que, como no podía ser de otra manera, ha seguido con devoción la discografía de Rufus Wainwright desde su primera juventud. El divo californiano es explícita y evidentemente homosexual, y ello contribuye a integrar en el ideario desde la pompa de Eartha Kitt al desparpajo tecnicolor de The B-52’s. Hasta los propios títulos de sus canciones son ya, de por sí, indicios (cumplidos) de pequeñas obras de arte: I’m a slut, Gay angels, Like a lover, Euphemism. Hablamos de un muchacho que a los 10 años ya había escrito un disco de villancicos propios y que dice acumular “cientos de canciones desde Secundaria que, gracias a Dios, nunca llegaron a publicarse”. Sobre ellas no podemos formular diagnóstico alguno, pero estas 11 primeras que sí ven la luz son fantásticas. Ah, y produce Sean O’Brien, habitual de The National. ¿Alguien da más?

 

 

2 Replies to “Loren Kramar: “Glovemaker” (2024)”

  1. Me ha encantado, fantastico descubrimiento. Un disco lleno de matices, melodicos y de maravillosas y relajadas armonias. Gracias Fernando.

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