Este primer disco de Maestro Espada es una alineación de planetas, la concatenación feliz de personas y circunstancias hasta dar como resultado uno de los debuts más hermosos que se recuerda en la música popular española en un buen puñado de años.

 

He aquí la historia de dos hermanos perseverantes en su militancia melómana, a pesar de que a ninguno de ellos pareciera sonreírle el destino. La herencia de un padre inspirador que seguía desenfundando la guitarra en las grandes ocasiones familiares, aunque orillase muchos años atrás las musas y la canción de autor por su otra gran pasión, el psicoanálisis. La confluencia feliz en un café de Barcelona con un productor tenazmente comprometido con la belleza, Refree, que fue haciéndoles hueco en su agenda imposible a lo largo de estos cuatro últimos años. Y el compromiso con un folclore que evocaba tierra, infancia y raíz genuina, aunque para ninguno de los dos protagonistas dejaba de ser un vago recuerdo de días impúberes.

 

Maestro Espada termina siendo así el fruto sabrosísimo de un proceso lento, minucioso y muy bello de maduración estilística y personal. Alejandro Hernández había probado fortuna años atrás como Álex Juárez, de la misma manera que Víctor, su hermano cinco años más pequeño, intentó asomar por la escena del pop bajo el epígrafe de Rey Lobo. De ninguno de los dos apenas se supo, de la misma manera que el progenitor, Santiago Hernández, tampoco trascendió a principios de los años ochenta con unas canciones trovadorescas y una voz muy linda que apenas superaron las lindes de los campus universitarios, allá donde aquel muchacho se preparaba para curarnos las enfermedades del alma.

 

Pero Álex y Víctor no dejaron de trastear por la escena barcelonesa, emperrados en que sus títulos académicos (Periodismo y Comunicación Audiovisual, respectivamente) no se acabaran convirtiendo en medios de supervivencia. Y esta reinvención fraternal con el nombre del fundador de la banda municipal de Librilla, el pequeño pueblo murciano de sus abuelos, es la materialización no ya solo de una inspiración luminosa, sino de su común ejercicio de perseverancia.

 

El encuentro accidental con Raül Refree acabó con la incorporación de ambos a las huestes de Guitarricadelafuente. Y el descubrimiento paulatino del material folclórico de las huertas, al que los hermanos se habían acercado de manera más bien tímida y circunstancial a lo largo de sus vidas, terminaría convirtiéndose en carburante creativo y materia prima. Así, Maestro Espada es la reinvención personal, heterodoxa e intimísima de seguidillas, cantares, boleros, rezos o parrandas apenas evocados o aprehendidos, salpicados ahora por pequeñas sacudidas eléctricas y chiribitas de electrónica. Todo un prodigio de inventiva y la conexión de una herencia ancestral y centenaria con una mirada de futuro a la que no se le advierten límites.

 

Los dos han acabado asentando unas voces frágiles y vulnerables, lindísimas, que Álex sitúa a menudo en la franja más grave y Víctor, casi al borde del falsete. Las comparaciones con Álvaro de la Fuente (Guitarrica) serán numerosas e inevitables, porque algunas similitudes resultan evidentes y la mano de Refree se nota mucho en ambos casos. Pero Maestro Espada se eleva como un canto de amor no ya solo a la tierra y los tatarabuelos, sino a la esencia de los cosas, a lo mollar y genuino. Por eso acaba resultando tan conmovedora La despedía, una pieza delicadísima, desnuda y quebradiza que acerca a pie de huerta el espíritu de Nick Drake. Por eso hay en Mayos, Granaíco o Yo en deshacerme esa borrosa pero intensa sensación de que una parte sustancial de nuestro mundo se nos va desmoronando sin remedio. Hacía mucho que la melancolía ni era tan joven ni estaba tan justificada. Una preciosidad, en definitiva.

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