A estas alturas envidiables e inalcanzables para el común de los mortales, pletóricos después de más de treinta años en la pomada y tras todo tipo de vicisitudes, los galeses pueden entrar a grabar su decimoquinto álbum con un holgado margen de garantías que corroboramos aquí tras los correspondientes cuarenta y pocos minutos de escucha. La buena noticia es que Manic Street Preachers continúan con el umbral de autoexigencia por las nubes y vuelven a endosarnos una generosa ración de rock corajudo, épico y concienciado; la menos buena, que a estas alturas ya todos nos conocemos tanto que el margen de sorpresa queda restringido, si bien el corte inaugural, que a su vez da título a la entrega, es una perla de pop gótico en bucle y con la voz monótona y casi rumiada del bajista Nicky Wire, lo más alejado del guion previsto que nuestros Predicadores nos habían suministrado en mucho tiempo.

 

Que nadie se inquiete, desasosiegue o lleve a engaños. Para disipar cualquier atisbo de duda, Decline & fall, el segundo corte, es lo más épico y genuinamente manic que nos podemos llevar a los oídos desde los tiempos de gloria, pompa y boato de This is my truth tell me yours (1998), y eso nos coloca con el retrovisor apuntando más allá del cuarto de siglo. Y People ruin paintings, vitamínica, ingeniosa, mordaz y a la postre tarareable, encuentra hueco entre lo mejor que el trío ha registrado en un buen puñado de lustros.

 

Son las ventajas conexas en el ámbito de la sabiduría: en MSP podrían tocar, cantar y componer con el piloto automático, pero no dejan de procesar la información que les llega de este mundo cambiante y manifiestamente antipático. A veces les brotan discursos más ácidos o geñudos, y esta vez les ha salido un álbum soleado a la par que melancólico, tan evocador como esas mañanas gélidas, pero radiantes, en pleno invierno. El timbre tenor de James Dean Bradfield sigue resultando imbatible a la hora de otorgar énfasis al discurso (Being baptised), pero también la resignación acongojada de ese One man militia que sirve como capítulo final y compendio de las claudicaciones a las que nos vemos últimamente abocados, ahora que vivimos tiempos de “causas moribundas”.

 

Les irá cada vez mejor a los poderosos con guantes férreos y ademán impasible, sin duda, pero nosotros seguimos prefiriendo el abrazo de los soñadores y los poetas. Y en ese sentido, unos caballeros que invocan el espíritu del Morrissey de los mejores años con Dear Stephen forman parte, definitivamente, de nuestro equipo.

 

Como viene siendo tradición desde Rewind the film, de 2013, los Preachers optan por un formato de lujo, tapa dura y doble cedé, nuevamente con todas las versiones de las maquetas originales en el segundo disco y, en ese caso, una remezcla de Decline & fall a cargo de Steven Wilson, el más apoteósico de todos los magos sonoros. Muy a favor de seguir teniendo a los galeses en la lucha, aunque sea desde el escepticismo de la edad madura.

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