Después de 20 años acumulando desengaños –sentimentales y de los otros–, aprendizajes y vivencias, Pascual Cantero ha alcanzado esa sabiduría de los treinta y tantos y alumbra su criatura más resplandeciente. Sinvergüenza, este sexto disco que quiere llamar la atención desde su propio título, representa en muchos sentidos un reseteo y un punto de inflexión. Porque Muerdo nunca se escondió de nada ni ante nadie, pero tampoco había hablado hasta ahora de una manera tan franca, abierta y desprejuiciada de sí mismo, de sus luces y tinieblas. De los momentos presididos por la plenitud y las batallas a brazo partido contra los peores demonios.
Qué mejor manera de plasmar tal evolución, ese ejercicio de funambulismo sin red, que con una imagen poderosa para la portada. El hombre que hasta ahora siempre envolvía su música con ilustraciones ha querido que la primera fotografía de su trayectoria fuese un retrato suyo en pelota picada. Sin tapujos. Con una trompeta y un bongó, símbolos de sabrosura trasatlántica. Sujetando un cigarrito, porque algunos, por mucho que maduren y se sosieguen, siempre se aproximan más a la condición de canalla que a la de santurrón. Y con un sol de aires aztecas que asoma tras la cabeza y le aporta una aureola quién sabe si de mártir o de mesías, acaso como homenaje a Los Javis pero sobre todo para propiciar la autoparodia y recordar aquellos versos de su adorado Aute, siempre tan rabiosamente lúcido: “Qué me dices, cantautor de las narices…”.
En lo musical, asistimos a un jugoso estallido de lenguajes propios de las dos orillas, desde rumba a cumbia, salsa, champeta, el pop contagioso o la balada arrebatadora, en todos los casos con el férreo propósito, por parte de Muerdo (y de su productor de cabecera, el ilustre Fernando Illán), de que la receta dejase en el paladar un poso fresco y orgánico, alejado muchos años luz de cualquier atisbo de electrónica. Y en lo temático, afrontamos un repaso a amores inolvidables o desdichados (o ambas cosas a la vez), un canto a la curación frente a los excesos de unas noches que acababan ensombreciendo los mejores días, un homenaje azorado a esas personas (Mamita linda) a las que, de tan imprescindibles, casi nunca acertamos a murmurarles un “te quiero”. Una llamada a la insumisión cívica frente al pensamiento único y las espirales del silencio (alíneate con la mayoría o mantén la boca cerrada). Incluso una sentida plegaria elevada a las alturas, Llegas tú, que sirve para un amor o para una misa, aunque las autoridades celestiales casi nunca parecen predispuestas a prestarnos atención.
Son 11 canciones nacidas desde las entrañas y que se nos presentan con la misma honestidad pura, dura y cruda de ese muchacho de 35 años que en la icónica portada nos observa con gesto extrañamente desafiante y a pecho descubierto, sin disimular heridas, tatuajes o imperfecciones. Sinvergüenza se distancia de cualquier discurso unidireccional y reivindica el valor de la dicotomía y la ambivalencia, del haz y el envés. Sí a la altura de miras y a los matices. Pero menos empeño en la afabilidad porque sí, en el buenrollismo de cualquier paulocoelho que se nos ponga a tiro.
Y así, sin afeites y a calzón quitado, es como se perfilan los mejores autorretratos y se redondean los cantares más inspirados. A Muerdo le enorgullece recordar que algunas de sus canciones resonaban en la revuelta ciudadana de Chile de 2019 o eran coreadas por los seguidores de Gustavo Petro durante la campaña que le llevó a convertirse en el primer presidente colombiano de izquierdas en dos siglos de historia. Ahora aspira a que ese mismo proceso simbiótico acabe asentándose sobre suelo español. Veremos si cuaja por tierras ibéricas, tantas veces ingratas con sus propios hijos. Este murciano de Vallecas, imperfecto, poliédrico y contradictorio, bien que lo merecería.