Los archivos privados de Neil Young empiezan a alcanzar dimensiones homéricas (¡tiembla, Robert Zimmeman!), pero no todo el ingente material que va dosificando en diferentes formatos y con perseverancia a prueba de los bolsillos más saneados presenta el mismo grado de interés. Nada de lo publicado hasta ahora puede considerarse farfolla, desde luego, pero algunos conciertos en formato solista se parecen bastante entre sí, presentan un sonido áspero y solo resultarán ineludibles para los completistas más irredentos. Esta joya que nos ocupa ahora, por el contrario, adquiere la condición de (casi) indispensable para cualquiera que tenga el buen gusto de admirar al canadiense en aquel glorioso primer periodo de finales de los años sesenta y primeros años setenta. Y representa uno de los primerísimos testimonios sonoros de los recién constituidos Crazy Horse, inmersos junto al de Toronto en lo que sería, en ese mismo 1969, su inmenso segundo álbum en solitario, Everybody knows this is nowhere.
Early daze no es en puridad uno de esos “álbumes perdidos” (Chrome dreams, Hitchhiker…) con los que nos va sorprendiendo en los últimos años como piezas con las que completar el puzle de su inmensa obra. Nos hayamos más bien ante una colección de tomas alternativas o primerizas de 10 composiciones ya conocidas de una u otra manera, aunque algunas son muy populares y otras solo les resultarán familiares a los más devotos. Entre las primeras destaca una lectura aún algo tosca de Helpless, todavía desdibujada sin su característica segunda voz en el estribillo, así como una versión de Down by the river también kilométrica (9 minutos) y con espacio para las improvisaciones instrumentales, aunque no difiere en lo sustancial demasiado de la que pasaría a la posteridad en el ecuador de Everybody knows…
Otros títulos menos divulgados sí que excitan más la voracidad del forofo, además de la admiración por aquella banda pétrea que Young había descubierto, aún con el nombre de The Rockets, en una actuación en el Whiskey a Go Go de Hollywood. Es imposible imaginar muchas alineaciones más rocosas que aquella que integraban Danny Whitten, Billy Talbot, Ralph Molina y el teclista Jack Nitzsche, e inevitable no lamentar una vez más la prematura y dolorosísima pérdida en 1972 de Whitten, un guitarrista que además era capaz de rubricar prodigios como Look at all the things y compartir créditos con el jefe en el caso de Come on baby let’s go downtown.
Algunas de esas canciones menos conocidas son, simple y llanamente, adorables. Tal es el caso de Birds, que apareció primero como cara B de Only love can break your heart y que acabaría luego en el repertorio del LP After the gold rush, aunque en una versión diferente a la aquí expuesta. Y no digamos Wonderin’, que apareció de manera muy tímida en algún concierto de Crosby, Stills, Nash & Young pero no llegaría a la discografía oficial hasta 1983, escondida en el no pocas veces denostado Everybody’s rockin’.
No es Early daze una colección densa ni extensa, pero sí intensa: sus 39 minutos invitan a una escucha merecidamente reiterada. Sobre todo porque la magia y el brío iniciales de aquel Caballo Loco figura entre los capítulos más hermosos que nos legó el mejor rock del siglo XX. Sirva esta entrega como una nueva constatación.