El mundo es un lugar plácido, reconfortante y sereno mientras gira un disco de Pauline en la Playa en el tocadiscos del salón. Se trata de un bienestar circunstancial y efímero, ya lo sabemos, un oasis engañoso que acabará difuminándose en cuanto la aguja afronte el último de sus devaneos por el surco. Pero las hermanas Álvarez –Mar y Alicia– conservan ese don raro, insólito y precioso de propiciar el alivio. Serán las ventajas, quién sabe, de quienes solo se toman la molestia de agarrar lápiz y papel cuando se enfrentan a la inmensidad del Cantábrico en un enclave de privilegio y al otro lado de una vidriera gigantesca. Suena a postal quimérica, pero puede que la realidad, por esta vez, se le parezca bastante.
Partiendo de premisas así, nadie podrá pretender que nuestras dos aliadas en arpegios y consanguinidad emprendan a estas alturas un proceso súbito de pop revolucionario. Los días largos es un ejemplo más de su escritura pastoral, acústica, folclórica y enternecedora que les ha acompañado siempre, así que parece tan poco probable que les surjan múltiples nuevos adeptos como que los abducidos a lo largo del viaje sientan a estas alturas el más mínimo desapego. Porque esta docena de nuevas composiciones representan el octavo elepé del tándem y sirven, de paso, para conmemorar el primer cuarto de siglo playero, una sucesión cadenciosa y abonada al sosiego –no podía ser de otra manera– en la que no hay hueco para sobresaltos ni acelerones, para una palabra más alta que la otra.
Podemos discutir si esto es pop-folk o dream-folk, pero esa línea fina del matiz terminológico probablemente traerá sin cuidado a los partidarios de la causa. Todo está bien cuando Mar y Alicia toman las riendas, una metáfora que le viene esta vez al pelo a Yo podría ser John Wayne, tema de apertura y joya refulgente y evidentísima en este nuevo lote. Le sucede otro tanto de lo mismo a Que te parta un rayo, que también se incorpora de cabeza al catálogo fraternal de canciones imborrables, con la peculiaridad de que la excelencia coincide esta vez con los dos adelantos del elepé y con los cortes de aires más sutilmente vaqueros y fronterizos.
Los días largos se engrandece así por su condición de artefacto hogareño, de refugio frente a las inclemencias. Las gijonesas siguen revalidando su condición de seres humanos entrañables y cercanos porque no hay en ellas un ápice de impostura, sino solo de esa complicidad que reconforta. Son tan ajenas a las modas que cuando cambian el paso (levemente), como en Si me dejas de querer, les salen inflexiones sesenteras a la manera de Los Brincos. La producción de Luca Petricca, que ya era responsable del disco inmediatamente anterior (El salto, 2019), es cálida como un abrazo achuchado y redondea la propuesta. Pero la clave radica en el calor de lo cotidiano, ese reconfortante aroma a hogar bien aclimatado, la nostalgia tibia de quien comprende la evanescencia de todo. Así se construyen estas miniaturas de pop etéreo y sin fecha de consumo preferente.