Raymond Charles Jack LaMontagne amalgama y encapsula todo lo que nos gusta y debería ser eterno. Puede que no haya nada en Long way home que le desconociéramos, porque los ocho álbumes que le han antecedido a lo largo de los cuatro últimos lustros representan ya un bagaje generoso, imponente y difícil de rebasar. Ni siquiera nos atreveríamos a situar esta novena entrega en el podio de nuestras predilecciones, puesto que LaMontagne cuenta en ese sentido con la desventaja de haberse estrenado con un trabajo demasiado esplendoroso, aquel Trouble (2004) que quizá no haya encontrado aún manera de superar. Pero todo lo que sucede en esta media hora fulgurante resulta profundamente alentador, empezando, sin duda, por ese corte de apertura (Step into your power) que coloca a nuestro hombre lo más cerca de la órbita Motown que le habíamos escuchado.

 

Como acaba siendo habitual en los creadores abonados a las escuelas clásicas, la nueva colección de Ray invita a adentrarse en el juego de las influencias y las filiaciones. Por mucho que rastreemos en él, y pese a la fecha de alumbramiento del álbum, nada de lo que en él sucede presenta un solo indicio sonoro más allá de la década de los setenta. Y así podemos equiparar con el divino Sam Cooke esos lloriqueos líricos que le sirven de colofón a Wouldn’t change a thing, de la misma manera que la herencia eterna de Van Morrison siempre es susceptible de comparecer, ya sea en modo latente (Yearning) o flagrante en el caso de My lady fair, aunque su carácter demasiado mimético no lo sitúe entre lo más inspirado del periplo.

 

A la altura de And they caller her California resulta sencillo imaginarse a Neil Young llenándose los pulmones con su armónica, mientras que los juegos vocales en The way things are nos colocan precisamente en el radio de acción de Crosby, Stills, Nash & Young, puede que con ese David Crosby hipotético en el papel de firmante. Y así, hasta desembocar en Long way home, el tema titular y acaso el más sentido, además de uno de los pocos que alcanza el humilde listón de los cuatro minutos. Es ahí cuando reparamos con toda nitidez en que LaMontagne atesora a un legítimo Harry Nilsson en lo más profundo del alma. Y que acaso tema que, como en el caso de Harry, solo el paso cruel de los años le proporcione el nivel de reconocimiento que bien merecería desde mucho tiempo atrás.

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