Richard Starkey siempre asumió con resignación y sentido del humor su evidente condición de patito feo, porque cualquiera lo sería si los cielos le conceden una bendición tan colosal como la de compartir banda con esos tales Lennon, McCartney y Harrison. Pero después de la disolución de los Beatles y de concederse dos discos simpáticos, irrelevantes y abiertamente anecdóticos (Sentimental journey era una colección de clásicos del American songbook ¡para deleite de su mamá!), decidió ponerse serio, dar un golpe en la mesa y recordarle al mundo que él no era un tipo cualquiera.
Ringo es, aunque pudiera costar creerlo de antemano, un disco extraordinario. Sin casi limitaciones, más allá de que nuestro simpático batería siempre haya sido un vocalista de aptitudes restringidas, con un timbre algo mohíno, monótono y de tesitura más bien escasa. Pero hasta ese detalle podemos pasarlo por alto ante un álbum en el que, de pronto, funciona todo. Porque todo está en su sitio y las energías, ahora que parecen tan inverosímiles las unanimidades, fluyen siempre en la misma dirección.
No solo influye –que también– el hecho de que Starr tirase de agenda, empezando por sus viejos amigos de Liverpool: los tres mosqueteros contribuyen aquí con repertorio de estreno para la ocasión y estelares apariciones instrumentales y vocales, aunque, para evitar rumorología y puñaladas, nunca llegan a confluir los cuatro en un mismo corte. Lennon entrega la fabulosa I’m the greatest, que se había dedicado a sí mismo y terminó cediendo (¡menos mal!) para no resultar petulante. Harrison y Macca cumplen con lo esperado: el primero, con la vaquera, radiante y triunfal Sunshine life for me; el segundo, con una pieza menor pero encantadora, Six o’clock, a medias con Linda. Pero Ringo se envalentona y es capaz de aportar Photograph, un sencillo que aún ahora escuchamos con deleite. Y Richard Perry ejerce de argamasa con una producción elegantísima y puntillosa, pero no invasiva: había coincidido con Ringo durante las sesiones de Son of Schmilsson, de Harry Nilsson, y fue lo mejor que le pudo suceder en aquel momento al de Liverpool.
Perry mete a Starkey en vereda y, ¡eureka!, emerge un disco dignísimo, encantador, perfecto para los estándares beatlemaniacos de entonces y de ahora. Paz y amor, Ringo, camarada.
Hola, Fernando! Noraboa polo teu blog, do que son seguidor. Este disco de Ringo es, sin duda, su mejor obra, con temas inspirados y grandes colaboraciones. Me encantaría que le dedicaras un post al disco que acaba de sacar este mes de enero el bueno de Ringo, que no estará a la altura de este del 73, pero que contiene temas simpáticos y deja buen sabor de boca (eso me ha parecido después de una primera escucha). Unha aperta!
Siempre se rodeó de excelentes músicos y ayudantes, desde luego conocía sus limitaciones y sus muchas virtudes, al margen de su extraordinaria habilidad a la batería, entre las que está el caer simpático (puede cantar cualquier cosa y no parecer pedante). En la edición posterior se incluyó como bonus una de sus mejores canciones: It Don’t Come Easy, escrita a medias con Harrison (que también la produjo ). No incluyó, sin embargo, Back Off Boogaloo otro de sus mejores temas.
¡Te vamos a fichar, Javier! 🙂
Magnífico disco. Es un vinilo que compré cuando salió y que escucho regularmente. Grandes colaboraciones para el bueno de Ringo. Photograh es una gran canción. Buen comentario Fernando y un grato recuerdo de este gran trabajo.