No, lo de Rita Payés no es normal. Sin ir más lejos: no es normal, en estos tiempos de comida rápida, inaugurar un álbum con una introducción instrumental y coral de dos minutos en el que el trombón de su protagonista se hermane con una sección de cuerdas, como si nos aguardase un disco de cámara y no de música popular. Tampoco es nada habitual encontrarse con una pieza de la hondura de El cervatillo, que no se sabe bien si tiene raíces catalanas o africanas o de bossa nova, pero que conmociona por su profundidad y bagaje, absolutamente insólitos en el caso de una muchacha que no celebrará el cumpleaños de su primer cuarto de siglo hasta finales de septiembre. Pero así son las felices anormalidades que, a veces, nos depara el destino. Y Payés atesora un brillo del todo inusual. Sobre todo porque su voz no aparenta provenir de la generación Z, sino que alberga una sabiduría profunda, enraizada. Una sabiduría vieja.
Todo apuntaba en la buena dirección hasta ahora en la carrera de la hija de la guitarrista Elizabeth Roma, pero este tercer trabajo en solitario representa un paso adelante gigantesco. Para empezar, porque supone la primera oportunidad en la que esta barcelonesa de Vilassar de Mar asume la autoría del repertorio íntegro, un reto del que sale más que airosa. Y porque, lejos de conformarse con rubricar un puñado de canciones solo bonitas, muchas de las aquí incluidas incluyen el poso y el regusto de la maceración y el fuego lento, un cuidado artesanal y minucioso, el mimo de la manufactura. Y eso es muy de agradecer siempre, pero más aún, insistimos, si proviene de una mujer nacida en 1999 y bendecida con ese talento elocuente y precoz.
Escuchándola, queda claro que a Sílvia Pérez Cruz habremos de agradecerle no solo su trabajo propio, sino la huella que su estela está dejando en toda una generación, desde Valeria Castro a una Rita que comparte con su “hermana mayor” una oda a la belleza de lo pequeño y lo cotidiano, El panadero. Y también que Rita domina como nadie ese entorno entre la música folclórica y el jazz con ribetes brasileñizados, da igual si en castellano o en catalán (Benvingudes), a lo que debemos sumar la sorpresa de la etérea y ambiental Juna, una preciosidad en inglés y en compañía de Lucía Fumero y Pol Batlle.
Sería imperdonable no destacar también Por qué será, un ritmo ternario y aflamencado que también brota de una colaboración, esta vez con La Tania y Yerai Cortés, y deja claro no solo la pluma versátil de Payés, sino su capacidad para escribir piezas sin fecha, páginas que ni son circunstanciales ni caducarán nunca. Es, en último extremo, lo mejor que aporta aquí la joven Rita: no hay prisa en su escritura ni en los desarrollos instrumentales, una circunstancia infrecuente hoy y de todo punto insólita en un talento tan insultante y abrumadoramente joven.