Con los chicos de Coldplay definitivamente campando a sus anchas por el monte del pop con mucho colorinchi y los de Keane inmersos en un silencio prolongado, resulta que los últimamente nada prolíficos Snow Patrol se encuentran a su regreso con ese espacio del pop solemne, pomposo y sentidísimo reservado para ellos solitos. Y Gary Lightbody, el guitarrista Nathan Connolly y el pianista Johnny McDoid aprovechan la incomparecencia de sus correligionarios para explayarse con un trabajo de lágrimas vertidas en reguero, confesiones a viva voz y emoción a flor de piel.
Puede que defender a pecho descubierto a la banda de Dundee bordee la condición de acto temerario en este mundo nada propenso a los escrúpulos, pero los cínicos que ni se molesten en escuchar The forest is the path se perderán uno de los álbumes más emotivos y sentimentales de la temporada. Y eso, en tiempos de regreso a la masculinidad rica en testosterona, acaba agradeciéndose bastante.
Olvidemos, pues, las escasas connotaciones glamourosas que podamos asociar con estos escoceses medio norirlandeses y disfrutemos sin tanto cargo de conciencia de algunos momentos particularmente pletóricos e inspirados. La pauta la marca sin duda All, ese tema inaugural precioso y de adictivos redobles en la batería, un prodigio de pop pluscuamperfecto que marca la definición precisa de lo que es un medio tiempo y una intersección mesurada entre el colchón de los sintetizadores y el pellizco eléctrico de las guitarras. Connolly solloza y se nos abre en canal para reivindicarse como ese hombretón al que los escepticismos propios de la mediana edad no le han despojado de las incertidumbres ni las vulnerabilidades. Y ese tono emocional acabará llegando al clímax en la hondísima balada These lies y, sobre todo, en la bellísima Talking about hope, un ejemplo admirable de pop confesional que sirve por sí solo para perdonar los seis años transcurridos desde su antecesor, Wildness (2018).
Puede que entregar los mandos de la producción a Fraser T. Smith –socio habitual de Adele– no sea el movimiento más audaz ni temerario que hayan concebido Lightbody y los suyos, que quizá ante la reciente deserción simultánea del batería Jonny Quinn y el bajista Paul Wilson hayan preferido asegurar el tiro con un aliado un poco más comedido de lo necesario. Pero esa concesión al conservadurismo, que a veces se traduce en un sonido limado de picos y aristas, lo compensan los arrebatos de éxtasis que representan The beginning o el tándem consecutivo que integran Hold me in the fire y Years that fall, un par de aldabonazos enérgicos con el bajo disparando corcheas en todo momento y la sensación de que los pabellones europeos volverán a rendirse a los pies de estos muchachos.
The forest is the path adquiere así la condición de catarsis y proceso sanador, una cura aún más duradera cuando el bueno de Gary se despoja de la circunspección y el comedimiento y empieza a disparar un “fuck” detrás de otro con Never really tire. “Que le follen a tu ego / Respira hasta que duela” no es un discurso propio, en efecto, de una banda aseada y modosita, pero el gusto por el melodrama tiene estas cosas. Y los exabruptos acaban resultando tan liberadores como los arrebatos escondidos en este elepé, una invitación perfecta a sacudirse los prejuicios y disfrutar de un trabajo sensible y muy bien hecho.