A la altura de I can’t let go (2022), su atractivo álbum de debut, Alice Suki Waterhouse era una cotizada actriz y modelo que corroboraba su talento versátil con la constatación de que sus hasta entonces tímidas incursiones musicales no eran una mera anécdota. Pero si aquello fue un aviso, lo de ahora es una eclosión. La diva londinense irrumpe con una colección arrolladora de ¡18! nuevas canciones en las que hay pop burbujeante, arrullos de alto voltaje emocional, susurros insinuantes, sonoros portazos en la cara de exnovios botarates, estallidos para reventar los pabellones mejor cimentados. Cuidado: esto es un asalto al estrellato en toda regla. Ándate con ojo, Taylor Swift.
Conviene insistir en que lo de Waterhouse ya no son medias tintas. El ilustre Brad Cook (Waxahatchee, Snail Mail) vuelve a hacerse cargo de la producción, como hace dos temporadas, pero el equipo técnico se refuerza ahora con Jonathan Rado (Foxygen) y Greg Gonzalez (Cigarettes After Sex), en una especie de triunvirato capaz de abarcar todos los escenarios, desde la solemne balada con cuerdas a la manera de Lana del Rey (Everybody breaks up anyway, Model actress whatever) al chisporroteo descarado (Supersad), el calambre eléctrico (Big love) o el ronroneo acústico, que en el caso de Faded remite sin ambages a la era Folklore/Evermore de esa talentosa muchacha de Pensilvania sobre la que nos hemos visto abocados este año a verter océanos de tinta. La propia incontinencia de estos 55 minutos, con el generoso despliegue de docena y media de originales, recuerda a los excesos con el cronómetro que Swift ha cometido este mismo año en el caso de The tortured poets department, pero lo de Waterhouse tiene justificación: entiende llegado el momento de jugar fuerte y postularse como heredera al trono del gran pop.
Tras haber asomado por la preciosa Día de lluvia en Nueva York (2019), de Woody Allen, y, sobre todo, en la adictiva serie Todos quieren a Daisy Jones, inspirada en la historia de Fleetwood Mac y con Suki en el papel de teclista de la banda (¿una Christine McVie de la era Instagram?), nuestra protagonista ha visto claro que no va a escatimar ni un ápice con el alcance de sus ambiciones. Canta y compone bien, aplica una sensualidad muy seductora, elude siempre el peligro de la indulgencia y sabe sonar íntima, brutalmente sincera y también vulnerable (Could’ve been a star, otra vez en la estela clarísima de Taylor). Y, por si fuera poco, acierta con dos de los temas más pegadizos, traviesos y contagiosos que nos vienen a la cabeza de este 2024, el jovial y descarado Blackout drunk y el inesperadísimo My fun, tan setentero que no te lo podrás creer. Vigilen de cerca a Suki: van a seguir teniendo (muchas) noticias de ella.