Los álbumes de The Decemberists siempre son un completo alborozo para los oídos y un reto para nuestra capacidad de absorber información, teniendo en cuenta la extraordinaria dimensión de Colin Meloy como fabulador y cronista. Transcurridos seis años larguísimos desde I’ll be your girl (2018), el quinteto de Portland ha tenido a bien compensarnos la espera con los 68 minutos de un álbum doble y enciclopédico, a ratos más bien un compendio de todos los logros y ángulos abordados a lo largo de dos décadas de singladura.

 

En efecto, As it ever was, so it will be again requiere del oyente que se tome su tiempo, mucho más que la hora larga necesaria para una primera escucha. Pero su riqueza plural acaba estallándonos en la cabeza como uno de los acontecimientos más felices de la temporada.

 

Meloy no es hombre amigo de irrelevancias ni temáticas menores, y no se le ocurre nada mejor que abrir su álbum más extenso y ambicioso con una reflexión sobre la muerte y el enterramiento, Burial ground, por más que nos encontremos ante una pieza musicalmente feliz. La pieza sirve desde el principio como aviso a navegantes, porque As it ever was… es un trabajo mucho más feliz desde el punto de vista sonoro que temático. Pero siempre nos queda la opción de refugiarnos en la deliciosa Oh no!, un mambo festivo y con rutilante sección de metales que bien podría figurar en el repertorio de sus paisanos de Pink Martini.

 

La prevalencia de la naturaleza folkie de la banda comienza a manifestarse a partir de The reapers, larga retahíla de estrofas cerradas sin estribillo que entronca con la escritura tradicional que nos legaron las generaciones pretéritas. William Fitzwilliam prolonga esa querencia con su irresistible formulación de voz principal, armonías vocales y guitarra acústica, más las pequeñas pinceladas de acordeón y pedal steel. Y la finura evocadora y melancólica de Don’t go to the woods apela de manera muy directa a la mejor escuela del folk británico, igual que la sombría y preciosa The black Maria.

 

Long white veil es una de esas perlas de regusto campestre y construcción instantánea y cristalina que nos gustaría imaginar en manos de los R.E.M. más bucólicos. Y –oh, sorpresa– Mike Mills, el que fuera bajista de los de Athens, asoma como invitado a esa fiesta inesperada y colofón que representa Joan in the garden, un postre pantagruélico e impredecible desde cualquier perspectiva: no solo por su temática en torno a Juana de Arco (la fijación de Meloy por las temáticas históricas es ya una singularísima seña de identidad), sino por sus 19 minutos largos de desarrollo y los guiños al lenguaje del prog-rock, bien inusuales en el catálogo de nuestros Decemberistas. Igual que tampoco contábamos con el vago aire psicodélico y sesentero de Born to the morning, una partitura que parece encontrada en el fondo de un arcón que no se desempolvaba desde 1967.

 

Hay mucho humor sombrío aquí, y no pocas alusiones a esa mortalidad que comienza a formar parte de la conversación cotidiana con la entrada en la edad mediana y madura. Pero hay, sobre todo, el desparpajo inconfundible de una banda distinta a cualquier otra, identificable desde la primera página, tan friqui y raruna como la ciudad que la vio crecer. Ese lema local, “Keep Portland weird”, cobra significado pleno cuando le ponemos la música de estos hijos ilustrísimos.

 

 

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