El título puede parecer enfático y nacido durante una reunión del departamento de márquetin, pero en realidad solo cabe agradecer su veracidad irreprochable. Porque la obra del trío sevillano Triana ha refrendado a lo largo de los años una vigencia imperecedera y seguramente inmortal, a juzgar por el ascendente del que su legado sigue gozando entre músicos cada vez más jóvenes y alejados de aquellos estertores del franquismo durante los que Jesús de la Rosa, Juan José Palacios “Tele” y Eduardo Rodríguez Rodway sellaron una alianza innovadora y fabulosa. Una confluencia de fuerzas e inspiraciones que solo quebró la desgracia, aquel accidente fatal de tráfico que nos privó de Jesús el 14 de octubre de 1983 y supuso la desaparición definitiva de la banda, más allá de los deplorables episodios de utilización apócrifa del nombre con Juan Reina (ex de Arrajatabla) como voz principal.

 

Más allá de batallas legales, se hace inconcebible pensar en Triana más allá del periodo entre su formación, en 1974, y la mencionada desaparición de De la Rosa, autor de 15 de los 17 cortes reunidos para este Eternos Triana; todos, salvo Todo es de color, herencia de los primerísimos pasos junto a Manuel Molina (luego, en Lole y Manuel), y el arrebato poético de Del crepúsculo lento nacerá el rocío, con la rúbrica de Rodway y Antonio Mata. Esta doble antología recorre los seis álbumes que llegaron a grabar aquellos tres visionarios sevillanos, aunque sin el menor afán de equidad. Porque la selección refrenda el peso histórico de los dos primeros trabajos: el portentoso El patio (1975), representado por seis de sus siete piezas originales, y el más afilado y comprometido Hijos del agobio, del que se recuperan cinco de sus ocho canciones.

 

Estos dos trabajos encarnan, junto a Sombra y luz (1979), con Una historia y Quiero contarte como títulos aportados en la antología, representan la fase más progresiva, innovadora y quintaesencial del trío, que abrazaría aires más livianos y amigables con los parámetros del pop de cara a sus tres siguientes elepés, Un encuentro (1980), Triana (1981) y Llegó el día, de 1983. El doble cedé conmemorativo que ahora nos ocupa cuenta con el aliciente esencial de las nuevas mezclas a cargo de Luis Villa, que con la supervisión y refrendo de Rodríguez Rodway ha conseguido un sonido más prístino y envolvente para las ya excelentes producciones originales, rubricadas por el ilustre Gonzalo García Pelayo en el caso de los tres primeros álbumes.

 

Podríamos objetar que una selección de apenas 85 minutos se queda algo exigua para los parámetros de los grandes recopilatorios, y de hecho alcanza por los pelos la condición de doble cedé. Pero sería una apreciación algo impertinente, porque lo asombroso es constatar el carácter brillante y contemporáneo que conservan aquellos discos nacidos originalmente del underground sevillano y promocionados durante los primeros tiempos a fuerza de boca y oreja, puesto que un disco como El patio, que hermanaba a Pink Floyd y King Crimson con el ADN andaluz, era en principio demasiado innovador y audaz como para que la discográfica original, Gong/Fonomusic, tirase la casa por la ventana. Pero la llama –el símbolo icónico de Triana– prendió enseguida en otras formaciones, desde Alameda a Medina Azahara, Cai o Mezquita, y ha seguido extendiendo su luz en el nuevo siglo, empezando en sus primeros compases por Elbicho y reapareciendo de manera constante: Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, Califato 3/4, Compro Oro, Dani Llamas y hasta los madrileños Calizo, en una lista que podríamos hacer aún más larga.

 

Coincide este Eternos Triana con el apasionado volumen biográfico Triana, a través del aire (Ediciones Almazara), escrito por un entusiasta Pablo Selma con la participación del propio Eduardo Rodríguez Rodway. Él fue quien mejor explicó la esencia del grupo cuando decía: “Estábamos para cambiar aquello que iba mal”. Y fue ese impulso, afianzado por la proximidad de las bases americanas –a Sevilla llegaban siempre muy pronto las buenas nuevas del rock de barras y estrellas–, el que hizo posible el hechizo. Ni De la Rosa ni Palacios, fallecido repentinamente por un infarto en 2002, llegaron a disfrutar este reconocimiento hoy casi unánime. Pero recuperar estas obras y mejorar su sonido es un acto de justicia histórica y de intenso disfrute melómano.

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